Cuando aún no había historiadores en el mundo, ni apenas existía la idea de tiempo, ya abundaban los oráculos y los adivinos. Probablemente, esto indica que el futuro se inventó antes que el pasado, y al igual que en el Big Bang, que creó a la vez espacio y tiempo, en un principio el ominoso futuro se extendía por doquier helando el corazón de los primitivos seres humanos. No había nada más.
Por otra parte, según los creyentes, Dios nunca dijo «Hágase el tiempo», ya porque en realidad fuese cosa del diablo, ya porque se guardaba el secreto, ya porque no le daba ninguna importancia. Y vaya si la tiene; no hay nada más importante, ni en el universo, ni en las ecuaciones, ni en el arte poético. El tiempo es sin discusión el mayor invento de la humanidad, ninguna otra criatura conocida tiene la menor noción del asunto, ni falta que le hace.
Tampoco está claro que tal cosa exista en los extraños espacios cuánticos, ni hay ahí relojes para comprobarlo. Es una dimensión de la mente humana, lo inventamos por etapas, a su debido tiempo, primero el futuro y luego el pasado, que enseguida fue una pesada losa (la carga del pasado, decía Borges) y cambió completamente el futuro, haciéndolo muy inestable y oscilante por efectos del contrapeso. Y el presente, una categoría tan tenue que más parece elucubración de filósofos que de físicos.
El invento del tiempo se fue complicando con el tiempo, lo infestó todo, lo arrasó todo, engendró ecuaciones desoladoras y poemas elegíacos. Pasó a formar parte del propio tejido del espacio, la cuarta dimensión y todo eso, y en definitiva, empezó a hacernos la vida imposible como ese cocodrilo que perseguía al Capitán Garfio haciendo tic-tac. En la actualidad el factor tiempo, enemigo mortal de la vida, es decisivo en todo, nada existiría sin él, y sin embargo... Sin embargo, nadie sabe qué es, y si no será, precisamente, un objeto característico de la mente humana, como el alfabeto o el número pi. Es igual, somos temporales, todo lo es, y de ahí nuestro afán por encontrar instantes y lugares de reposo donde el tiempo no exista. El secreto de la felicidad, según los entendidos. Y no, no es probable que inventemos los viajes en el tiempo.
1 comentario
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Solventar el "aplastamiento cervical" debido a la evidente sobrecarga de basura académica, aunando "campanarios y tabernas",todo envuelto en similar bruma, pero elevando a la vez la mirada, como Pessoa, a las nubes, a sabiendas de que,como indica Julian Barbour, el tiempo sólo parece ser una acumulación de "ahoras" que fluyen en ambas direcciones,negando pasado y futuro, pero sumados ambos en un mismo instante. Como el auténtico melómano que no duda en reiterar, una y otra vez la escucha, a condición de alternar cápsula o aguja, para poder captar la más mínima variación, desde un preciso estado emocional, siendo conocedor de que ,el verdadero artista, es incapaz de reproducir dos veces la misma exacta emoción en sus representaciones, acotadas como están, en la enigmática cuarta dimensión.