La crispación y la polarización se han adueñado de nuestros tiempos. Ya no hay escala de grises, tan sólo blanco y negro. Es imperativo posicionarse y no hay margen para la reflexión. Todos se apresuran a tener una opinión pero nadie se detiene a pensar. La equidistancia se ha convertido en el mayor pecado. Esta herida abierta por una clase política con relato pero sin proyecto se está infectando de los mayores males del siglo pasado: el racismo, el nacionalismo exacerbado y una deriva hacia la autocracia.
Por fortuna, un nacimiento acaecido en tiempos de Herodes que cambiaría el curso de la humanidad, nos regala un paréntesis que se reivindica como un oasis de fraternidad en el que las familias recuerdan su verdadera naturaleza basada en el amor y la empatía. La familia se alza como el pilar de la sociedad que algunos sectores de la izquierda se empeñan en destruir y constituye el mayor escudo de protección frente los delirios de un relativismo posmoderno en el que no hay certezas. Todo es líquido, interpretable y ofensivo. Su intención es imponer una cortina de humo para esconder la verdad y poner en duda incluso pilares básicos de la ciencia, la historia o el conocimiento. Censurando pensadores, atacando la libertad de información y abriendo las puertas al libertinaje, conducen a la sociedad hacia la ignorancia para igualarla en la pobreza y sumirla en la desinformación. Una vez no quede resquicio de familia, pensamiento y Fe, será el momento de culminar la implantación de un novus ordo seculorum basado en una horizontalidad marxista que entregue la guía política y espiritual a las élites económicas.
Ojalá el 2023 nos traiga libertad, conocimiento y protección de los valores que, fortaleciéndonos como individuos, nos hacen crecer como comunidad.
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