La melancolía me mata», confesó un pelmazo existencialista a un dandy fumador. Entre las volutas de holy smoke de un veguero, que ciertamente dan buenas ideas y alejan las brumas tristes, el dandy respondió «Pues mátala tú». El filósofo vitalista Ortega y Gasset cortejó a la vida, pues gustaba de hacer el amor. Defendió siempre la virtud individualista frente a la dictadura del hombre-masa y rezaba los versos del Rigveda: Señor, despiértanos alegres y danos sabiduría. También conocía la fórmula magistral del pagano Goethe, que se enamoraba tanto los quince años como con ochenta primaveras: Hic Rhodus, hic salta. Lo traducía como un «Aquí está la vida, aquí hay que danzar».
Yo deseo que dancéis mucho, pues es un gran antídoto contra el veneno de la tristeza. Hasta el supremo cínico que era Monsieur de Voltaire sentenció: He decidido ser alegre porque es mejor para mi salud. Y la danza es la primera comunión de la humanidad con lo sagrado, celebración de ser vida y libre albedrío, eso mismo que acojona a tanto bolas tristes totalitario que pretende dictarnos cómo vivir, qué soñar.
Dicen los expertos en la cosa psyco que la salud mental está muy resquebrajada tras la peste vírica, encierros inconstitucionales, guerras tan crueles como absurdas, viles tiranos con camuflaje más o menos democrático, la inflación global de mucho caradura, el clímax climático, la contaminación suicida, etcétera. Nada nuevo bajo el sol del teatro del mundo, pero actualmente la propaganda del miedo se expande más rápido. Y si el miedo paraliza, la danza libera; pues gris es la teoría, y verde el árbol de la vida. ¡Feliz Año Nuevo!
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