Pese a todo el cacareo político en el corral del Congreso, la espuria confusión que pretenden crear los que debieran armonizar, la lucha de clases, la guerra de sexos (¡con lo agradable que es pasarlo bien!), el muy hipócrita resentimiento social de una banda radical de golfos que predica como Cristo viviendo como Dios, las referencias golpistas de una peña inculta sin sentido histórico, leyes delirantes que dejan a violadores en la calle y a ladrones con bula para malversar, un presidente que está haciendo todo aquello que prometió no hacer, etcétera, en estos días de inmensa separación de la clase política y el pueblo (separación afortunada: la calle es más inteligente y menos fanática porque vive en el mundo real), se impone el sentimiento fraternal de amor y esperanza que nació en un pesebre hace dos milenios.
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