En esta solemnidad de Cristo, Rey del Universo, recordamos que los soldados del procurador romano, el pueblo y las autoridades judías, hacen más amarga, más dolorosa la Pasión de Cristo. Pero no olvidemos que también nosotros ofendemos al Señor siempre que caemos en el pecado o no correspondemos debidamente a su gracia. La escena de los dos ladrones nos invita a contemplar los designios de la divina Providencia, de la gracia y de la libertad humana; ambos se encontraban en la misma situación. Uno se endurece, se desespera y blasfema, mientras que el otro se arrepiente, acude a Cristo en oración confiada y obtiene la promesa de su inmediata salvación. «Hoy estarás conmigo en el Paraíso», le dice el Señor. Dios siempre concede más de lo que se le pide. El ladrón arrepentido solo pide al Señor un recuerdo, y Jesús le regala la felicidad eterna, la santa gloria. La vida consiste en habitar con Jesucristo, y donde está Jesucristo allí está su Reino. Mientras caminamos en esta vida todos pecamos, pero también todos podemos arrepentirnos. Dios nos espera siempre con los brazos abiertos al perdón. Por eso nadie debe desesperarse ante la multitud de sus pecados. Pero ninguno puede presumir de su propia salvación porque no tenemos certeza absoluta de su perseverancia final.
Cristo Rey (Lc.23,35-43)
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1 comentario
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... buf... qué suerte tengo de ser ateo...