El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, en una imagen de archivo. | Europa Press

Fue Churchill quien definió la democracia como «el menos malo de los sistemas políticos», frase que para algunos será interpretable, si bien lo que es seguro, es que se trata del sistema político que mejor defiende y garantiza los derechos de la sociedad en general. Y para que una democracia resulte realmente efectiva deben existir quienes gobiernen y quienes hagan oposición. La función de unos es gestionar y la de los otros controlar esa gestión, por lo tanto el correcto desempeño de ambas funciones resulta crucial.

Tengo la sensación que de un tiempo a esta parte, una parte de esas funciones no se está desempeñando con la debida diligencia. Una cosa es que se marquen distancias en cuanto a ideario político y la otra es que en base a una rivalidad justificable todo pueda valer para tumbar a tu adversario y, en mi modesta opinión, eso es lo que el PP no acaba de entender en lo que al desempeño de su función de oposición se refiere.

El principal partido de la derecha española ha pasado unos últimos años de una cierta convulsión, marcada fundamentalmente por la aparición en escena de un nuevo partido de extrema derecha como es VOX. Tal aparición supuso una clara pérdida de votos para el PP, ya que hasta entonces convivían todos en un mismo partido.

La marcha de un número indeterminado de militantes le supuso al PP la pérdida de un número todavía mayor de votos, con lo que la obsesión por tratar de recuperarlos a toda costa se convirtió en su objetivo prioritario. En ese momento y con Pablo Casado al frente del partido, se decidió que la mejor opción pasaba por acercarse sin rubor a los postulados de VOX, llegando incluso a aceptarlos como propios en algunas ocasiones.

A esa decisión de lanzarse a los brazos de la extrema derecha se sumaron las luchas internas y el afán de protagonismo de sus dirigentes. Resultado de todo ello, fueron los peores resultados para la formación conservadora en una contienda electoral y, consecuencia de todo ese galimatías, llegó el cese fulminante de Casado y la designación de Alberto Núñez Feijóo.

En principio se suponía que ello debía servir para recuperar parte de la confianza perdida, abandonando esos postulados de la extrema derecha y recuperando un espíritu más centrista a partir de un cierto aire renovado que el nuevo presidente debía insuflar. Pues bien, nada más lejos de la realidad. Sigue siendo el mismo PP de antes; condescendiente con VOX y convirtiéndolo en su socio prioritario; votando sistemáticamente en contra de todo aquello que se proponga desde el Gobierno, incluso cuando las propuestas vienen avaladas por los ‘populares' europeos, o cuando se trata de actuaciones que ellos mismos habían reclamado. Con un presidente de partido incapaz de hacer valer sus ideas y a merced de los sectores más reaccionarios; que un día dice blanco y al día siguiente negro; incapaz de controlar a la presidenta de Madrid, no atreviéndose ni tan siquiera a contradecirle ni una sola de las muchas barbaridades que esta va pregonando.

Esta no es ni la derecha ni la oposición que necesita nuestra democracia. En la práctica, salvo el tono en el discurso, nada ha cambiado. El PP de Núñez Feijóo, sigue siendo el mismo PP de Casado, un partido cada vez más solo y alejándose de Europa.