La pasada semana fue muy triste en Formentera. Un lamentable accidente se llevó la vida de Iván Verdera, un joven de 16 años que conducía su moto y fue arrollado por un vehículo en un adelantamiento. En una sociedad pequeña y cohesionada como la formenterense, en la que nos conocemos todos, este tipo de sucesos causa mucho más impacto, si cabe, que en otro territorio. Todos sabemos lo peligroso que es conducir en la isla durante los meses de temporada alta. Les he hablado en varias ocasiones de este asunto y es algo que está en boca de todos. A pesar de contar con una sola carretera que une de extremo a extremo la isla, son multitud los caminos que desembocan en ella, convirtiéndola en una vía muy peligrosa. A ello debemos añadir la conducción de algunos turistas, que parecen darle también vacaciones a sus conocimientos del código de circulación durante su estancia en la isla y los grandes aventureros que alquilan un ciclomotor cuando hace años que no montan ni en bicicleta. Son un auténtico peligro público. Y luego está el papel de los responsables de la seguridad vial, que no sabemos ni quiénes son, ni dónde están, si es que están.
El lugar donde perdió la vida Iván es un auténtico punto negro de la isla. Una larga recta que invita a pisar el acelerador, cruzándose con un camino muy transitado de día y de noche, el que lleva al mítico Blue Bar. Hace muchos años que los responsables del establecimiento vienen advirtiendo de la peligrosidad de este tramo y pidiendo que se prohíba el adelantamiento. Algo tan sencillo como pintar una línea continua.
Y, finalmente, un fallecido. Probablemente ahora pintarán la maldita continua. Pasó lo mismo en su día en el cruce de Porto Salé: tuvo que morir una mujer para tomar cartas en el asunto.
Descansa en paz, Iván.
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