Hace tres décadas, el analista norteamericano David Osborne, sugería la necesidad de reinventar los gobiernos, reduciendo y haciendo más eficiente la burocracia, con menos gasto, pero sin que disminuya la calidad de los servicios, creando sistemas y organizaciones más flexibles, creativos y emprendedores. Un cambio en el ADN de los organismos públicos y de los mismos gobiernos, un sistema que se renueve a sí mismo permanentemente buscando la calidad, la innovación y la eficiencia. Evidentemente, en España hemos ido por otro camino y la tendencia actual es a aumentar sin límite el gasto público, pero sin control efectivo de su inversión, de los costes y de su rendimiento, con una avalancha de leyes que pretenden regular y constreñir todo. Osborne sugería algo de lo que la izquierda española -y cuanto más a la izquierda, más- abominaría: el Gobierno debe ser comunitario y capacitar más que servir; debe ser emprendedor y competitivo; debe estar inspirado en la consecución de objetivos más que en el seguimiento de normas; debe atender las necesidades de los ciudadanos y no las de la burocracia; debe priorizar la prevención frente a la curación; debe descentralizar su actividad y debe orientarse hacia el mercado y conseguir el cambio por la influencia del mercado. Es cierto que las últimas crisis han impelido a los gobiernos nacionales y europeo a poner en marcha políticas solidarias, acertadas, para que nadie quedara atrás y también lo es que han aumentado las diferencias entre los más ricos -muy pocos- y los más pobres -cada vez más-. Pero eso ha hecho que algunos Gobiernos aprovechen la ocasión para reducir las libertades, para incrementar los controles jurídicos sobre todo y sobre todos y para buscar el rédito personal o de partido en lugar de gobernar para todos los ciudadanos. Y, además, esas ayudas hay que pagarlas tarde o temprano.
Opinión
Pactar e reinventar el Gobierno
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