Dice mi admirada Pilar Gómez que son estas fechas de mediados de agosto, cuando prácticamente todos los pueblos y ciudades se embarcan en sus fiestas particulares y el país ‘oficial' está prácticamente cerrado, las más propicias a las serpientes de verano. Yo añado: al bulo, a la ‘fake news'. A la desinformación, en suma. Pero me atrevería a puntualizar también que una de las desgracias que nos afligen, por si hubiera pocas, es que últimamente no necesitamos serpientes de verano: la actualidad nos proporciona ya abundantes titulares y, como ya se sabe que ‘good news is no news', pues resulta que tales titulares siempre tienen tonos negros: los incendios voraces, los desencuentros (e incumplimientos) con el ‘apagonazo', la última pirueta desobediente de la Generalitat catalana, el fanatismo que apuñala a Salman Rushdie y tal y tal. No son serpientes de verano, no. La sequía, tampoco; lo siento por ese negacionismo ‘carca' y miope que de cuando en cuando se asoma a nuestra política, a nuestras emisoras, a nuestras televisiones, a ciertos comentaristas.

Seguir negando los efectos perniciosos del cambio climático me parece, lo siento, una barbaridad. Lo que no se pueden discutir razonablemente son los hechos, y es un hecho que vivimos el verano más duro climáticamente y más seco desde hace muchas décadas. Me dejó perplejo otro tertuliano que, en su afán, algo trumpista, de negar cualquier cambio dramático en el clima, aseguraba que ya lloverá este otoño, y que habrá ‘danas' que repondrán el nivel de los pantanos, así que, decía, menos hiperalarmismos. El siguiente paso al de mi colega tertuliano es salir en procesión impetrando que llueve, que llueva la virgen de la cueva... y creer que la danza del brujo de la tribuna va a derivar en lluvias torrenciales.

Lo peor del negacionismo es que impulsa la habitual atonía de nuestros gobernantes. Ya decía Pompidou que la pereza es un motor de la humanidad, y ese pecado capital es una de las características en el ADN de quienes utilizan las ventajas de la política para proclamarse nuestros representantes. Y así, de la misma manera que se desdeña apagar los fuegos en febrero, que es cuando tocaría, se aplazan medidas contra una sequía que avanza cada año, independientemente de cómo quiera cada uno interpretar las estadísticas. Me encocora escuchar que, desde Franco y sus pantanos, aquí nada se ha hecho. Me irrita primero porque no es verdad, y segundo, porque está a punto de serlo. ¿Qué ocurrió con los planes hidrológicos, que son como mentar la bicha, qué con los acuerdos territoriales sobre el agua? ¿Alguien está pendiente de la posibilidad de restricciones no solo energéticas, sino también en el consumo del agua y, en ese caso, alguien está diseñando acuerdos interterritoriales, nuevas normas contra los pozos ilegales --dicen que hay un millón--, un mejor aprovechamiento de las aguas subterráneas?

Creo que ese debate no ha hecho más que comenzar... en la calle, porque no tengo constancia de que lo haya hecho en los despachos oficiales. Pero la sequía ¡no es una serpiente verano, estúpido!, habría que gritar adaptando la frase archifamosa, ¡es la economía, estúpido! de aquel asesor de Clinton, James Carville, que en 1992 ayudó a su señorito a ganar las elecciones frente a Bush.