U na más a añadir a las tradicionales turbulencias del mes de julio: la de Boris ‘el broncas'. Resultaría muy difícil afirmar que Boris Johnson ha aportado concordia, sentido común y sosiego a la política británica y, ya que estamos, a la europea. Ni prestigio para un Reino Unido cada día más anclado en su ‘espléndido aislamiento'. Menos mal que hay ministros capaces de ir al 10 de Downing Street a pedirle, en su cara, la dimisión a su jefe y ‘empleador'. Hay mucho que aprender por estos pagos del (mal) ejemplo del peculiar, por decirlo de algún modo, Boris.
Creo que es tiempo ya de hacer otra política. En Gran Bretaña, en los Estados Unidos post-Trump (otro auténtico desastre que le haría merecer ser procesado), seguramente en esta Europa convulsionada por la locura belicista de Putin y, desde luego, en España. Donde lo que al comienzo llamaba ‘las turbulencias del mes de julio' duran hasta mucho más allá del verano y deberían amainarse. Alberto Núñez Feijoo ha madrugado a Pedro Sánchez anunciando que se reunirá con todos los partidos --con Bildu no-- al retorno de las vacaciones, en septiembre. Creo que el presidente ha perdido un ‘set' no proclamando que recibirá a todos, comenzando por el presidente del PP, en La Moncloa, porque no se trata solamente de explicarle, que a ver cómo se lo explica, lo del ‘Pegasus' a Aragonés, el president de la Generalitat. Todos necesitan, necesitamos, muchas explicaciones.
Boris Johnson ha practicado una política muy española, si se me permite decirlo así: un talante testicular, de aquí se hace lo que a mí me sale de, o esto no se hace --por ejemplo, dimitir-- porque no se me pone en los. La política de los nuevos tiempos habría de ser de apaciguamiento y concordia, más en ‘el modelo Yolanda Díaz', que a ver cuánto mantiene su talante transversal, que en el del peor Pablo Echenique, por poner apenas un ejemplo extremo, al que podría añadir a Adriana Lastra y un bastante largo, me temo, etcétera.
Y ya que estamos de broncas, déjeme que incluya en este comentario, básicamente dedicado a un camorrista como el despeinado Boris, la que se está montando aquí en casa a cuenta de la ley de memoria histórica, o democrática, pactada con Bildu, que no representa precisamente la estampa del abrazo. Con lo bueno que hubiese sido que los partidos mayoritarios hubiesen llegado al acuerdo de ponerse en paz con el pasado, de Franco a las crímenes de ETA, cerrar el capítulo de las broncas y los agravios y ponerse a mirar al futuro.
Por el contrario, nos encontramos con que una parte de las víctimas del terrorismo (que son nuestros héroes, pero no pueden dictar la política nacional) y de la derecha más extrema atacan el hecho de que el presidente del Gobierno, junto con el rey y el lehandakari Urkullu, estén este domingo en Ermua en el homenaje al asesinado Miguel Angel Blanco. Y todo porque los más extremistas dicen que es que Sánchez «está pactando con ETA», o sea con Bildu. Como si ETA no hubiese desaparecido hace ya diez años.
Claro que es un error acordar el cierre del pasado preferentemente con Bildu, y no con la inmensa mayoría de los españoles, pero no es menos equivocado afirmar -y tuve un agrio debate al respecto en una televisión hace dos días con un respetable ex ministro del Interior, de quien frontalmente discrepo en mucho_que «es ETA quien está a punto de hacerse con el gobierno vasco y quién sabe si con el gobierno de España». Eso, lo siento querido ex ministro, es practicar el ‘borisjohnsismo', o sea, la bronca, en lugar de construir en la concordia.
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