Así que se han apagado los focos del cónclave de la OTAN, cuyo guion establecía declaraciones de unidad y peticiones de apoyo a todas las fuerzas políticas para que aprueben en el Parlamento el incremento del gasto militar y la solicitud del presidente Joe Biden para incrementar el número de destructores norteamericanos en la base naval de Rota, a Pedro Sánchez le ha faltado tiempo para volver a las andadas.
Se presenta ante la opinión pública como víctima de «poderes oscuros» que conspiran contra el Gobierno. Enemigos sin identificar. «Señores que fuman puros y controlan poderosas terminales económicas y mediáticas». Es el colmo. Hacerse la víctima le funcionó una vez. Cuando sus compañeros del Comité Federal del PSOE le defenestraron de la secretaria general porque no se fiaban de él. Aquella llamada a combatir a las «fuerza oscuras» le salió bien. Recorrió el país, convenció a muchos incautos y recuperó la dirección del partido. La funcionó una vez, pero tras cuatro años en el Gobierno hacerse la víctima ya no cuela. Máxime cuando sobran ejemplos de que está siendo él quien ha colonizando diversas instituciones o empresas del Estado mediante nombramientos de personas afines. La última, INDRA. Empresa participada por la SEPI que según denuncia de varios consejeros que han protestado presentado su dimisión ha sido desestabilizada a iniciativa de La Moncloa utilizando como «caballo de Troya « a un inversor extranjero que es el presidente del grupo mediático más poderoso de nuestro país.
Sánchez se presenta como víctima de fuerzas oscuras porque --según dice-- el Gobierno defiende a los más desfavorecidos. Su problema es otro. Su problema es el desafecto creciente, cuando no el abandono, de miles de votantes tradicionales del PSOE. Es un desencanto que hemos visto crecer en las tres últimas citas electorales, en Castilla y León, en Madrid y en la más reciente, que culminó en la aplastante derrota sufrida en Andalucía. Ése es el problema que tiene Sánchez, no los «poderes oscuros».
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