No, no quiero escribir una carta a Pedro Sánchez. Creo que los periodistas debemos escribir pensando en los lectores, no en el efecto que nuestros escritos tengan en el poder. En el supuesto, que es mucho suponer, de que el poder se entere o se interese por lo que los modestos ‘plumillas' decimos o dejamos de decir. Solamente intento compartir mis inquietudes con usted, lector, en momentos que me parecen de excepcional importancia para su vida y para la mía, y sabiendo que, como es lógico, el presidente del Gobierno tiene en sus manos buena parte de la felicidad (o de la infelicidad) de usted y de la mía.
Ahora, a ese presidente le compete mover palancas en favor de una mejora --o no-- en la calidad de nuestras vidas. Y dentro de unas horas algunos millones de españoles, andaluces en este caso, pero mucho más representativos del conjunto de la ciudadanía del país de lo que a algunos políticos instalados en la poltrona les gustaría, van a enviar un mensaje a sus gobernantes. A Moreno Bonilla, Espadas, Olona... Pero en realidad son Sánchez, Feijóo, Abascal, Yolanda Díaz, los últimos destinatarios. No son andaluces, pero que no creo que cometan el error de circunscribir el mensaje de este domingo en las urnas a Andalucía: hoy, un voto autonómico en una Comunidad tan importante como la andaluza es una moción de respaldo o de censura a la gobernación general del país y a la manera de ejercer la oposición a esa forma de gobernar.
De nada serviría andar con simulaciones, paños calientes o presunto respeto a una exquisita neutralidad informativa. Lo más probable es que la votación de este domingo en tierras andaluzas refleje que quizá se va produciendo un cambio de signo político que arrancó con la reconstrucción experimentada en la derecha. Creo que el PSOE perdió una oportunidad, sumido en el triunfo de los aplausos acríticos, de hacer algo semejante en el 40 congreso del partido, celebrado en Valencia hace menos de un año. Sánchez, que salía de una importante victoria interna frente a Susana Díaz, quiso hacer un congreso de aclamación, y no uno de reflexión sobre las transformaciones que necesitan la izquierda, en general, y su manera de gobernar, en particular.
Puede que Andalucía, que fue la cuna de la renovación del socialismo hace casi medio siglo, recuerde ahora a quien encarna la dirección en el principal partido de la izquierda que los tiempos son otros. Que mire a lo ocurrido en Francia, sin ir más lejos. Que analice el por qué del auge de las socialdemocracias nórdicas, tan distintas y distantes. Que considere que no son pocos los que, en la izquierda, se ilusionan ante nuevas plataformas como la que intenta Yolanda Díaz, o ante nuevas soluciones como la de Melenchon. Y entonces, cuando sopese lo que las urnas han dicho, que tome conciencia de que no puede seguir actuando como hasta ahora, en la cuerda floja, en el tremendismo de una política ‘testicular' al borde de todos los abismos. El domingo por la noche, o el mismo lunes, comprobaremos si ha recibido o no ese mensaje.
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