A la hora de ser espiado, prefiero con mucho a Mata Hari que al programa Pegasus. ¡Siempre una diosa sensual antes que un robot aséptico! Además, la cama desvela mejores secretos que un algoritmo que cotillea todas nuestras conversaciones telefónicas o mensajes cibernéticos, recopilando tal cantidad de datos que se hace la picha virtual un lío.
Que la información es poder lo saben ya hasta los niños de teta que chantajean con sus berrinches a la hora de mamar. Y la clase política berrea que da susto y muerde vampíricamente la gran teta pública mientras los espías, espían.
Por supuesto los independentistas se rasgan las vestiduras y amenazan (es un farol, naturalmente, pues la teta tira más) a Sánchez con retirarle su apoyo por haber sido espiados. El presidente, en surrealista carambola, responde que él también ha sido espiado. «¡Cortina de fum!», claman los que proyectan romper con España, que no permiten que nadie ose arrebatarles su papel de víctimas.
Ya Fouché Rubalcaba espetó a un pepero que sabía todo lo que hacía y todo lo que hablaba. Y hoy en día no espía quien quiere sino quien puede, aunque los muy cotillas catalanistas (¡queremos nuestro propio Pegasus!) se hagan los suecos.
A lo largo de la historia imperios y naciones se han protegido espiando. China especialmente, en cuya biblia bélica El arte de la guerra, el general SunTzu desveló que lo más importante para sostener un gobierno o ganar una batalla era el servicio de espionaje.
A Mata Hari la fusilaron los franceses. Se negó a usar la venda y vio venir la muerte mientras lanzaba un beso al pelotón. Los de Pegasus se irán de rositas y su programa se venderá a quien pueda comprarlo.
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