El misterio de la Eucaristía aparece incomprensible para muchos de sus oyentes. Jesús nos dice que no podemos aceptar este misterio pensando de un modo carnal.
Sólo quien escucha sus palabras y las recibe como revelación de Dios, que es «espíritu y vida», está dispuestos para aceptarlas. Lo ha dicho Jesucristo y, por tanto, nada más cierto, nada más seguro. Cuando el Señor, en Cafarnaún, prometió la institución de la Eucaristía, provocó muchas discusiones y escándalo. Al exponer Jesús una verdad tan maravillosa, exige un especial acto acto de fe. El misterio eucarístico es causa de que muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con Él. Entonces, Jesús dijo a los doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios». «El Santo» es una de las expresiones que designan al Mesías. El Cristo, el Hijo de Dios y Dios verdadero. Nuestro Salvador en la última Cena, la noche en que fue entregado instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura ( S C 47).
La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Se le ll ama: Eucaristía, Banquete del Señor, Fracción del pan, Asamblea Eucarística (synaxis), Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor, Santo Sacrificio, Santa y divina liturgia, Comunión, Santa Misa.
Señor: tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros conocemos y creemos que tú eres el salvador del mundo.
Creo en Dios, espero en Dios, amo a Dios.
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