El Govern de Armengol había marcado una hoja de ruta que consistía en imponer a la población grandes restricciones con el objetivo, decían, de salvar la temporada turística. Entre otras cosas se mantuvo el toque de queda, primero a las once y luego a las doce, y se prohibían las reuniones de grupos, además de limitar encuentros en interiores de restaurantes y bares.
Pese a que muchos juristas advirtieron de que mantener estas limitaciones era ilegal sin estar vigente el estado de alarma, Armengol siguió con sus toques de queda y, además, consiguió el aval del Tribunal de Justicia de Baleares, con dos magistrados que votaron en contra. La mayoría de los tribunales superiores en otras autonomías se había negado a mantener los toques de queda, y el Supremo, la semana pasada, decía que no se podía aplicar, y menos en Baleares, donde los datos de población infectada no justificaban estas medidas excepcionales. La presidenta del Hat Bar y de las comidas irregulares en el Ajuntament de Vila creía que prohibiendo a los ciudadanos lo que ella no ha acatado en su vida privada permitiría la llegada masiva de turistas y que poco a poco iríamos olvidando la mala gestión de esta pandemia. Pero tampoco ha sido así.
El bofetón del Reino Unido ha sido histórico, y eso que Armengol garantizaba a los hoteleros durante su paseo triunfal por los estands de Fitur que los británicos llegarían a Baleares el 7 de junio, a pesar de Ayuso, que ahora resulta que no tenía nada que ver con el veto británico de hace tres semanas. Este lunes, el conseller de Turismo, Iago Negueruela, ha optado en RTVE por no hacer más pronósticos sobre el turismo del Reino Unido. «Estamos preparados», ha dicho. Y por si no fuese suficiente, España no tiene embajador en Gran Bretaña desde hace cuatro meses. Todo un auténtico desastre.
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