Últimamente tengo la sensación de que nos empeñamos en ver la vida de color negro. En transmitir mensajes de desesperanza en lugar de quedarnos con lo bueno. Como si buscáramos cualquier excusa para ponernos negativos. Hablamos de colas del hambre cuando podríamos decir que son colas de la esperanza. Hablamos de los muertos en el mar cuando podríamos destacar a los que sobreviven y el impresionante trabajo que hacen muchas ONGs. Hablamos de los inmigrantes centrándonos en el drama humano y en sus penurias, dejando de lado el mensaje positivo de quien sale adelante y se convierte en un ejemplo para los demás. Hablamos de los mayores a los que se abandona en residencias mientras olvidamos que hay muchos que con su actitud, perseverancia y fuerza nos demuestran que aún tenemos mucho que aprender de ellos.
Reconozco que no se por qué sucede esto y si tiene alguna explicación. Tampoco si responde a alguna estrategia de los que pretenden manejar nuestros hilos en la sombra, diciéndonos de forma sutil qué hacer. O si se hace porque siempre vende más lo malo que lo bueno. Porque la muerte de un niño en una playa da más visitas o más likes que otro de su misma edad que tras cruzar África ha ganado un premio. Sé que es un tema árido y difícil porque genera debates enconados entre unos y otros. No quiero caer en la demagogia fácil. No quiero ni pretendo ser un defensor de causas perdidas porque no valgo para ello y tal vez no sea el mejor ejemplo.
Simplemente, son preguntas que me asaltan cada mañana. Mientras busco la respuesta solo tengo una cosa clara… yo me quedo con el gato que me da los buenos días cada mañana, con los niños que son felices tan solo con un balón, con un donut de chocolate y un bocata de atún con pimiento rojo, con la gente que siempre me saca una sonrisa y con los piratas sin pistola, cuchillos de cartón y tesoros de gominolas. En fin, me quedo con la gente con alegría que se despierta cada día dando gracias por seguir vivo y con ganas de comerse el mundo.
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