En su nombre hemos sido bautizados. Por la gracia del Bautismo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, somos partícipes en la vida de la Augusta Trinidad; aquí abajo en la oscuridad de la fe, y después de la muerte en la luz eterna. A Dios Padre atribuimos la Creación; a Dios Hijo, la Redención; a Dios Espíritu Santo, la santificación. El Señor dijo a sus discípulos: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos».
Ante estas palabras de Cristo, a los Apóstoles allí presentes, y después de ellos sus legítimos sucesores reciben el mandato de enseñar a todas las gentes su doctrina. Termina el Evangelio de San Mateo con estas divinas y consoladoras palabras del Señor: «Sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo».
El Señor Jesucristo nos llena de esperanza de gozo y alegría a todos los creyentes en nuestro adorable Redentor. La autoridad de la Iglesia viene directamente de Jesucristo. Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza. La misión de la Iglesia es la de continuar por siempre la Obra de Cristo.
Él, Jesucristo, es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Cuando el apóstol Felipe dice al Señor: «Enséñanos al Padre y esto no basta». «Felipe –le responde Jesús–, quien me ve a mí, ve al Padre». No hay nada que pueda satisfacer plenamente la sed de felicidad del corazón humano. Únicamente en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, podemos encontrar la suprema felicidad que satisface plenamente. ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo!
1 comentario
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... bravo... has superado el RECORD de colocación de MAYÚSCULAS en un texto... (aunque no creo que ayude para llamar la atención)