La semana pasada Pep Mayans de Can Xumeu Petit celebró sus ciento un años en su casa de la Mola, rodeado de los suyos. Hace un año le hicimos un reportaje y mantuvimos una larga conversación, que para mí fue una inmensa lección.
Toda una vida dedicada al campo en una isla sin más agua que la que cae o no cae del cielo es poner realmente tu vida y la de los tuyos en manos de la madre naturaleza y esperar de ella su regalo en forma de vida. No se me ocurre ninguna otra forma de conectarse con más fuerza a la tierra. «Yo sembraba de todo, de todo. Un poco, ¡eh!». El mensaje es claro, «un poco». Es decir, pedirle a la tierra lo justo para alimentarse y no sobre explotarla sin ningún sentido.
En plena Guerra Civil y con solo 18 años, Pep fue obligado a un servicio militar de siete años que le llevó a Sant Antoni y a Mallorca en plena contienda y después en la posguerra.
De vuelta a la Mola, y con 25 años, al casarse una tía le regala la casa Can Xumeu Petit y «bastante tierra» que cultivar. De ese modo, Pep se encontró a principio de los 50 con un techo bajo el que cobijarse, un trabajo para toda la vida y una familia que formar.
A finales de los años 60, Pep y su familia vieron cómo empezaban a «aparecer» unos peluts que vivían bajo una higuera o en las cuevas. Muchos de ellos eran americanos y venían huyendo de la guerra de Vietnam. «América», «Vietnam», imagino que a Pep todo aquello le debía parecer tan lejano, casi como de otro mundo. Y ante esa nueva situación, una nueva lección de vida, máximo respeto ante un nuevo mundo desconocido para los pagesos de la Mola que aprendieron a convivir con aquellos seres llegados de «otro mundo». Pep ha hecho las cosas bien en estos ciento un años, como demostró todo el afecto recibido el dia de su cumpleaños. Molts anys i bons.
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