El nuevo horario de los bares ibicencos es como un coitus interruptus. Con una vara de mimbre obligan a cerrar a las cinco de la tarde por eso de los pitones envenenados del virus, cargándose la civilizada sobremesa y la ceremonia del café, para luego reabrir de ocho a diez. Eso supone un anticlímax que fuerza a malabarismos con el personal y jugar perversamente con los santos bebedores, hoy estigmatizados como irresponsables imberbes en el patio de colegio de la dictadura vírica.
Coitus interruptus
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