Es inevitable seguir escribiendo estos días del dichoso bicho que ha venido a cambiar nuestras vidas. Con los bares cerrados a cal y canto, las redes sociales se han convertido en las nuevas barras/vertederos de opinión de todo tipo de expertos epidemiólogos y científicos, cuya formación en la Universidad del Cuñadismo les «autoriza» a opinar de vacunas y tratamientos, además de ofrecer soluciones definitivas sobre cómo acabar con esta pandemia en un par de horas.
En muchos casos, la hilaridad que provoca toda esa algarabía serviría para echar unas buenas risas, de no ser porque miles de personas están muriendo diariamente.
Pero si aquí estamos mal, con falta de personal para la UCI, no llegan las vacunas y la temporada turística se ve lejana y pobre, no quieran ni imaginar cómo están las cosas de Gibraltar para abajo.
El insigne epidemiólogo español Pedro Alonso es uno de los mayores expertos mundiales en malaria, y el otro día declaraba en una entrevista que el coronavirus está siendo devastador en África.
El continente tiene una capacidad diagnóstica prácticamente inexistente y la mayoría de los países apenas tienen un único laboratorio en el que hacer alguna prueba. Si añadimos que la tuberculosis, el sida o la anemia son enfermedades que se cuentan por millones de casos en el continente africano, además de la malnutrición generalizada en un porcentaje elevadísimo de la población, el escenario que se está dibujando es apocalíptico.
Ciudades con poca higiene y en las que es imposible el distanciamiento social, con familias numerosas que comparten espacios pequeños, hacen que el virus campe a sus anchas, infectando a todo lo que se menea.
Como siempre, hay uno peor.
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