En la parábola del padre que envía a sus dos hijos a trabajar a su viña, Jesús ofrece dos caminos ante nosotros que no siempre estamos dispuestos a decir sí con las palabras y las obras porque somos pecadores. San Juan Bautista había enseñado a sus oyentes el camino de la santidad. El Bautista anunciaba el Reino de Dios y predicaba la conversión. Los escribas y fariseos no le habían creído, no le habían hecho caso a pesar de su actitud oficial de fidelidad a los planes de Dios. Estos estaban representados por el hijo que había dicho “voy” y luego no fue. En cambio los publicanos y las prostitutas que se arrepintieron y rectificaron su vida vienen a ser el hijo que dijo: “no voy”, pero luego fue.
El Señor puso de relieve que la penitencia y la conversión sitúan a todos su camino de santidad, aunque hayan vivido mucho tiempo alejados de Dios. El Señor nos invita a trabajar con fe, esperanza y amor en su Viña. Ahora bien, por nuestra condición humana, por desidia, por comodidad, por falta de interés, decimos que no nos interesa servir a Dios. Somos libres y podemos optar entre el bien y el mal, entre la virtud y el pecado.
El profeta Ezequiel, en la primera lectura de este domingo, nos dice: Si el pecador se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá. Podremos alcanzar con la gracia de Dios la Vida Eterna.
Todos somos pecadores y necesitamos convertirnos sinceramente para alcanzar el perdón de Dios, quién se alegra inmensamente al perdonarnos. Yo soy pecador y necesito que me salves. Lo mismo sentía San Vicente de Paul, cuya fiesta celebramos hoy, el cual logró vencer la debilidad con la fe y el amor. Vio a Jesucristo en los pobres, le sirvió en los pobres, y para seguir sirviéndolos fundó la compañía de las Hijas de la Caridad y la Congregación de la Misión. Ejemplo digno de imitar. Señor. ¡Dame la fe y el amor de los santos!
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