La enseñanza de la parábola es que hay que perdonar siempre y de corazón a nuestros hermanos. «Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti» (Camino 452).
También es algo detestable el rencor y la ira. En la oración dominical le decimos a Dios que perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. «Perdonad y seréis perdonados». En el salmo 102 rezamos: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Cuántas veces nos ha perdonado Jesucristo y no se cansa de perdonarnos sea el pecado que sea.
En este domingo décimo cuarto también celebramos la Jornada Mundial del emigrante y el refugiado. Jesús también tuvo que emigrar a Egipto, porque Herodes quería matarle, y durante su vida fue menospreciado, perseguido, mal tratado y crucificado. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Dice el Papa que la migración hoy es un signo de los tiempos. Recordemos las bienaventuranzas. «Fui forastero y me hospedasteis». Cada forastero que encontramos en nuestra vida, nos brinda la ocasión de ver a Jesucristo pobre y necesitado. Nunca debemos rechazar al que necesita nuestra ayuda y comprensión. Toda persona humana debe ser acogida con respecto y amor.
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