Aquí no pasa nada. Los manteros siguen ofreciendo bolsos falsificados, pareos y pulseras, los vendedores ambulantes de fruta gritan a los cuatro vientos las bondades de sus refrescantes productos, mientras que otros muestran sus neveras cuajadas de cervezas frescas rompiendo la banda sonora de las olas al lamer la playa. Yo solo quiero que me dejen terminarme “El Pintor de Almas” y que regrese el silencio. De pronto aparecen dos chicas con un altavoz por el que exhalan canciones de dudoso gusto y que plantan junto a mi toalla un improvisado desfile de moda. Levanto la vista de mi libro y chasqueo la lengua. “Si te molestamos, nos ponemos en otra parte”, esgrimen al leer mi rictus. La respuesta es “sí. Sí que me molestáis, pero no solamente a mí, sino a todos los que contribuimos con el Estado y hacemos las cosas bien. ¡Claro que me molesta que vendas ropa ilegalmente en tiempos de pandemia sin ningún tipo de control y que un grupo nutrido de turistas sin mascarillas te rodeen invadiendo mi espacio y poniéndome, además, en peligro! Lo cierto es que sí, me molesta que no te sonrojes al exhibir al “módico” precio de 80 euros ese vestido sin declarar y cosido por los dedos rápidos de algún niño de un país remoto, mientras que tengo amigos que se las están viendo canutas para mantener a flote sus tiendas”. Pero no digo nada e intento concentrarme en un capítulo que se me empieza a atragantar. Una de ellas despliega su puesto y se ve rodeada por un nutrido grupo de curiosas que se lanzan a manosear las prendas y a probárselas en el mismo instante en el que su compañera se calza un blusón negro con el que finge recorrer una improvisada pasarela por la orilla. En cuestión de 15 minutos ya han hecho su particular agosto y se marchan a otra playa.
Opinión / Montse Monsalve
Aquí no pasa nada
26/07/20 8:04
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