Estampida deportista en el primer día de tímida apertura del confinamiento. Incluso los que despotricaban contra toda actividad esforzada más allá del catre –»a batallas de amor, campo de pluma»– salen con la pánica alegría del preso recién liberado y hacen amago de correr, que la desescalada legal del arresto domiciliario es una maraña, un pollo bizantino difícil de seguir. ¿Alguien entiende que se pueda hacer surf pero prohíban dar unas brazadas en el mar?
El Gobierno de España va a tener que hacer examen de conciencia por su nefasta gestión y tremenda dictadura social en el encierro más duro del planeta virus. La gente no quiere ponerse por decreto el chándal de Maduro –Simón Bolívar se mostraría escandalizado de tan espantosa estética– y hasta mira a Bruselas para ver si pueden inspirar cierto orden en el desaguisado nacional.
Mientras tanto, los suecos presumen de su responsable libertad en el vírico pandemónium. Estos norteños no son tan bárbaros después de todo. Incluso desde la OMS reconocen que las medidas de los vikingos pueden haber sido acertadas y barajan recomendarlas si viene otra oleada venenosa en otoño. Se trata de reconocer el sentido común ciudadano antes de cercenar su libertad.
La primavera es una época gozosa en las Pitiusas. Su bendita naturaleza actúa como un bálsamo para el espíritu, sana y estimula el apetito vital. Tierra bendita influida por Bes para todos los pueblos que vinieron a conquistar para acabar siendo seducidos, desde Aníbal al pack turístico. Será fundamental para fortalecer el ser por encima del tener ante la tremenda crisis económica que amenaza el globo. El antídoto, como siempre, será un elixir de cultura, corazón y arte de vivir.
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