Tanto cacarear con la soledad de la humanidad moderna en la era cibernética y resulta que estamos deseando arrojar el ordenador por la ventana y peregrinar al bar, charlar, coquetear y relacionarnos. El existencialista Sartre clamaba «¡el infierno son los otros!» desde su mesita del Café Flore, pero el confinamiento forzoso, a no ser que seas un ermitaño, un yogui anacoreta o el navegante solitario que fondea en Espalmador, está resultando una dura prueba.
Hoy no es el hombre el que pasea al perro, sino al contrario. ¡Todo el mundo desea una mascota para tomar el aire en la calle desierta sin miedo a una multa e intercambiar una charla profiláctica con otro ser humano a un par de metros de distancia!
En medio de la tragedia hay sentido del humor, que combate la ansiedad casera. Como el vídeo de dos excéntricos gentlemen que comentan la conducta de una clase política incapaz: Fase 1, nada va a pasar; fase 2, algo va a pasar pero no haremos nada; fase 3, deberíamos hacer algo, pero no hay nada que podamos hacer; fase 4, quizá algo podríamos haber hecho, pero ahora es demasiado tarde.
Hasta Boris ha cerrado los pubs y los diferentes gobiernos entonan el ‘¡sálvese quien pueda!', con cierre de fronteras y episodios terribles, como el de dos aviones que volaban a Ecuador para repatriar pasajeros y la histérica estupidez no les permitió aterrizar. Pero entre la gente de todo el mundo, excepto los tercos y envidiosos savonarolas que pretenden cercenar alegría y esperanza, brota un mensaje amoroso de fraternidad por encima de fronteras. Y un espontáneo homenaje a valientes doctores, y bravas enfermeras, comercios abiertos y fuerzas del orden.
¡Ánimo!
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