Las palabras de Sánchez afirmando su querencia por «un gobierno rotundamente progresista» descubren lo mucho que ha cambiado su ciclo de sueño en seis meses. Y tras su pacto con Podemos, son otros los que afirman no poder dormir hoy. Y eso que estamos en la tierra de la bendita siesta, el yoga ibérico según Cela.
Posiblemente sea Sánchez la criatura más voluble de la política española. Como una pluma al viento. Recuerda en eso al Marx bueno (Groucho): «Estos son mis principios; pero si no le gustan, tengo otros».
Debiera leer al optimista filósofo Steven Pinker, quien afirma que los progresistas detestan el progreso. Pues ¿quién no defiende hoy los valores ilustrados de razón, ciencia, progreso y humanismo? Tan solo algunos dinosaurios que van de modernos, pero siguen anclados en la nostalgia por la dictatorial bota comunista; o los nacionalistas-socialistas que brotan cada cierto tiempo. Ambos camuflan su mensaje retrógrado para un progreso decadente, pues lleva al totalitarismo.
Pinker es muy claro respecto a la peste del nacionalismo: «Me opongo al nacionalismo que cree que el Estado es un avatar de un alma étnica, lingüística o racial. Es arcaico, atávico y trajo dos guerras mundiales».
Los reduccionistas al absurdo, en su afán por desenterrar el hacha de guerra del cainismo ibérico, pretenden dividir a la sociedad española entre progres y fachas. Al menos son los calificativos que más se estilan, para espanto liberal, en la diarrea verbal de políticos y fanáticos de partido.
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