Mi abuelo Leandro era Policía Municipal en Madrid en la comisaría del Distrito Centro. Siempre patrullaba con su inseparable compañero Paez y era muy respetado y querido por mucha gente. Siempre presumía de no haber usado su arma reglamentaria porque prefería su don de gentes, carisma y conversación para hacer su trabajo. Sin embargo, don Leandro se transformaba unas horas cada 15 días. Cuando jugaba su Atleti, aquel hombre amable, simpático y cercano, montaba en su Seat 127 y en compañía de su mujer Trini, su hijo Rober y su nieto Manu, iba al Calderón para animar al equipo de sus amores. Estoy casi seguro que nunca entendió mucho de tácticas y seguramente tampoco conocería algunas reglas, pero su Atleti era su Atleti y se convertía en un hombre fiero que se dejaba la garganta gritando a todo lo que no llevara rayas rojas y blancas. Los árbitros, por aquel entonces de negro «cucharacha o grillo», y los jugadores del Real Madrid eran sus preferidos. Nos sentábamos en un fondo y aunque la jugada hubiera sucedido en el otro, a más de 100 metros, y nunca usara prismáticos, se desgañitaba gritando ¡¡penalti!!, ¡¡falta!!, ¡¡expulsión!!, ¡¡agresión!! y otras sutilezas que mejor no reproducir aquí. Y yo alucinaba porque aquel era un hombre que no conocía.
Opinión/Manu Gon
El recuerdo de don Leandro
30/08/19 4:01
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