Cuando un resorte político perfectamente legal llega al extremo de avalar la intolerancia y la xenofobia se puede decir que, efectivamente, mal vamos. Es el caso de la cuestión de confianza que ha permitido el pasado lunes el refrendo de una ley aprobada en la Cámara de los Diputados el 25 de julio. Las medidas propuestas por el ministro del Interior, el ultraderechista Matteo Salvini, se han concretado, pues, en una ley que endurece las disposiciones antiinmigración y va en contra de las actuaciones de las ONG.
Salvini tendrá competencias para limitar o prohibir la entrada de naves en aguas territoriales de Italia, aduciendo simplemente motivos de seguridad, a la vez que podrá imponer elevadas multas (hasta de un millón de euros), y hacer posible el arresto del capitán de la embarcación que ignore las órdenes de alejamiento. Por otra parte, las naves podrán ser abordadas sin necesidad de permisos, y se admitirá la interceptación de conversaciones telefónicas de modo preventivo, en circunstancias en las que los interlocutores sean sospechosos de favorecer la inmigración irregular. En suma, el cavernícola Salvini ha encontrado una ley a su medida, sin que, por cierto, desde la Unión Europea se haya prestado especial atención a semejante abuso que atenta contra principios elementales europeos. Pero de eso hablaremos en otro momento.
En un alarde de macabro humor, Salvini ha celebrado la aprobación de la ley, dando las gracias a la Virgen María. Algo asombroso si se tiene en cuenta que la Virgen y San José fueron ejemplares migrantes, sin ir más lejos, de Egipto a Belén, para lo del divino parto. Quizás es que Salvini no lee mucho. Apostaría por ello.
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