He tenido dos perros a lo largo de mi vida. El primero murió de viejo cuando era una adolescente. Aún recuerdo cómo dolió. El segundo, todavía me espera ansioso mientras mueve la cola y da vueltas y vueltas cada vez que vuelvo a casa. Lo echo mucho de menos, porque donde está no es en el piso donde vivo ahora en Ibiza. Muy a mi pesar, lo tuve que dejar en la casa de campo de mis padres, en la Península. Nos reencontramos algún fin de semana y en vacaciones, pero yo sé que allí es feliz. Mi sobrino Paolo se encarga de ello.
Leía ayer cómo la Policía de Ibiza tuvo que entrar en un piso de la Marina para rescatar a un perro que llevaba toda la mañana encerrado en un balcón aguantando un sol de justicia y sin ni siquiera un cuenco con agua. El pobre animal estaba deshidratado y tenía problemas para respirar. El dueño va a ser multado por tenerlo en estas condiciones. Me parece correcto.
No es el primer caso, ni será el último. En los pisos diminutos del centro no hay espacio para las mascotas y si lo hay, igual no te dejan tenerla. Si vienes a Ibiza a trabajar, tal como está la situación, tendrías que plantearte que no puedes tener un perro. Salvo que tu perro sea diminuto. Creo que es más egoísta traerlo que dejarlo a una protectora de animales.
Porque...¿qué haces con ellos cuando te vas a trabajar horas interminables cada día de la semana? Quien no lo abandona en casa lo abandona en la carretera. En Can Dog me comentaban hace unas semanas que en temporada en la isla suelen recoger de media 150 perros al mes. Me parece un auténtico disparate.