Con las fiestas que celebramos en la Iglesia, fiestas que son una ayuda buena a nosotros, hoy celebramos la fiesta del Corpus Christi. Y así, en todos los pueblos de nuestras islas de Ibiza y Formentera, en unos por la mañana y en otros por la tarde, se celebra, además de la Misa, la procesión de Jesucristo vivo y verdadero en la Eucaristía.
Esta fiesta tiene su origen a los 50 días de la Pascua, pero como eso es jueves y no siempre es fácil hacer los actos ese día, se hacen el domingo siguiente, es decir hoy.
Yo veo en mis años de servicio aquí en esta Diócesis como se hace mucho y bien esa fiesta, con la buena participación de tantísimos fieles locales e incluso turistas que en ese día se encuentran aquí, y de un modo muy especial participan los niños y niñas que han recibido en este tiempo la primera comunión.
En este día recordamos especialmente, como lo hicimos el Jueves Santo, que Jesús reunido con sus apóstoles en la última cena, instituyó el sacramento de la Eucaristía: «Tomad y comed; esto es mi cuerpo…» (Mt, 26, 26-28). De esta manera hizo partícipes de su sacerdocio a los apóstoles y les mandó que hicieran lo mismo en memoria suya. Desde entonces, primero, los apóstoles, y, ahora, sus sucesores, celebrando la Santa Misa, los obispos y sacerdotes convierten realmente el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo durante la consagración; el proceso es llamado Transubstanciación.
Y por eso que es tan grande, es un mandamiento y una ayuda a la vez asistir a Misa domingos y días de precepto. Frecuentar la Santa Misa es un acto de amor a Dios que debe brotar naturalmente de cada cristiano. Es también obligatorio asistir los domingos y los días feriados religiosos de precepto, a menos que se esté impedido por una causa grave.
Así pues, celebrando bien esta fiesta y participando dignamente en ella, que ello nos haga amar la Santa Misa que debe ser el centro de nuestro día. Si vivimos bien la Misa, ¿cómo no continuar luego el resto de la jornada con el pensamiento en el Señor, con la comezón de no apartarnos de su presencia, para trabajar como Él trabajaba y amar como Él amaba? Aprendemos entonces a agradecer al Señor esa otra delicadeza suya: que no haya querido limitar su presencia al momento del Sacrificio del Altar, sino que haya decidido permanecer en la Hostia Santa que se reserva en el Tabernáculo, en el Sagrario.
La procesión del Corpus hace presente a Cristo por los pueblos y las ciudades del mundo. Pero esa presencia, repito, no debe ser cosa de un día, ruido que se escucha y se olvida. Ese pasar de Jesús nos trae a la memoria que debemos descubrirlo también en nuestro quehacer ordinario. Junto a esa procesión solemne de este jueves, debe estar la procesión callada y sencilla, de la vida corriente de cada cristiano, hombre entre los hombres, pero con la dicha de haber recibido la fe y la misión divina de conducirse de tal modo que renueve el mensaje del Señor en la tierra. No nos faltan errores, miserias, pecados. Pero Dios está con los hombres, y hemos de disponernos para que se sirva de nosotros y se haga continuo su tránsito entre las criaturas.
Vamos, pues, a pedir al Señor que nos conceda ser almas de Eucaristía, que nuestro trato personal con El se exprese en alegría, en serenidad, en afán de justicia. Y facilitaremos a los demás la tarea de reconocer a Cristo, contribuiremos a ponerlo en la cumbre de todas las actividades humanas.
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