Opinión/Laura Martínez Expósito
Se puede reír en el hospital
A nadie le gustan los hospitales. Hay que ir, pero reconózcalo, no se iría a un hospital un sábado por la mañana por gusto. A los niños les gustan menos. Los pequeños no son muy amigos de las batas blancas, ni de los quirófanos, ni de las camillas. Ni siquiera de las salas de espera. Cuando van por primera vez a un hospital puede picarles la curiosidad. Una sencilla revisión tal vez no deje mal sabor de boca. Pero cuando la visita es por enfermedad y tienen que volver, cuando ya saben lo que les espera allí dentro, a veces lloran, gritan y patalean. Sienten miedo solo de olerlo. Ante la enfermedad a veces no solo vale la medicina. Parte de la terapia es el modo de tratar al paciente. La risa o el juego pueden amortiguar muchos malos ratos. Es algo que cada vez más hospitales tienen en cuenta y que los pacientes, más si son peques, agradecen.
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