He decidido no hablar de política porque, aunque sé muchas palabras y conozco cientos de insultos, y a pesar de que en este cruce de improperios reconozco cierto placer deportivo al descubrir un término más culto que otro, en desuso o más exacto, este no es mi teatro. Me gustaría ver a sabios haciéndonos pensar por las calles y a menos sofistas de circo. Anhelaría que mi memoria no fuese tan buena y que en esas críticas no estuviese viendo el reflejo de las mismas parodias de hace 4, 8 o 12 años, y echo en falta más hechos y menos deshechos.

Estos días, en los que candidatos de todos los colores se visten de guerreros para lanzarse ofensas como armas, nosotros, los que solo queremos curas para nuestros males, nos morimos de pena. Aquí, en los lugares pequeños, donde los votos no tienen aroma a flores, ni a mar, ni a diccionario o naranjas, así como tampoco a otros perfumes de la tierra, nuestras decisiones son arbitrarias. Ese que nos cae bien, aquél otro que parece buena persona, uno que en su carrera profesional fue eficiente u otro que habla muy bien, se entremezclan para confundirnos y para marearnos, cuando en este planeta que habitamos muchos solo buscamos lo mismo: que quienes nos gobiernen conviertan 4 pesetas en duros.

A mí no me vengan a decir lo mal que lo ha hecho el vecino sino por qué ustedes lo harían mejor. Y que los que están y quieren seguir ejecutando nuestros ‘dineros' acaricien nuestra confianza, peleen por nuestros derechos, consigan mejores dotaciones económicas de los feudos de Madrid y de Mallorca, limpien nuestras calles, mejoren el estado de paseos y carreteras, protejan nuestras playas, logren que no se nos escurran entre los dedos los profesionales sanitarios, policías, jueces o docentes y garantícenos la ciudad y la isla que merecemos. Somos unos privilegiados por vivir en un paraíso pero, algunas veces, pagamos un precio demasiado caro por ello. Como si hubiésemos vendido nuestra alma al diablo, vemos cómo se le pudren las encías a esta isla blanca que clama a gritos recuperar su esencia, pero que se vende al mejor postor mientras los de aquí, los que siempre la hemos amado, no podemos alcanzar el precio al que hoy se entrega y no sabemos cómo salvarla.

Ya les digo desde esta columna que yo no quiero hablar de política, porque la mayoría de nosotros no somos de nadie y escuchamos a todos, solo necesito ordenar un poco esta obra sin guion ni gracia. Nosotros, la mayoría de los comunes mortales, no asistimos a mítines ni somos palmeros, en muchas ocasiones hemos escrito un nombre en una u otra papeleta por castigo y no por convencimiento, y cada legislatura nos falta un poquito más de la ilusión que nos han robado entre falacias, descalificaciones y promesas incumplidas.

Por eso, a ustedes que aspiran a representarnos en una u otra atalaya, les ruego que no sean baldragas, y que pongan toda su energía no solo en convencernos, sino también en complacernos; que no sean casquivanos, y que no se sumen a cualquiera para obtener el cetro dorado, y que no se conviertan en crápulas de vida licenciosa.

Nos merecemos grandes políticos: nobles, formados y trabajadores, que no se comporten como mamacallos y que demuestren carácter cuando alguien atente contra nuestros intereses, que jamás osen actuar como zurcefrenillos, y que no nos pongan en situaciones propias de mentes insensatas, porque los bienes que administrarán no serán los suyos, sino los nuestros. Cuando quieran mostrar sus programas electorales, que lo hagan aportando ideas, no como tragavirotes, presuponiendo que necesitamos que piensen por nosotros y que están por encima del bien ni del mal, ni como cagalindes, sin valor para recoger sus lanzas y batirse en justas lides. En esencia, y en castellano actual, que no nos vendan motos y que hagan de este el mejor de los viajes. ¡Suerte a todos y que gane realmente el mejor!