Tenemos que permitirnos ser frágiles para llegar a ser realmente fuertes. Llorar, gritar, verbalizar todo aquello que nos daña, sentarnos en el suelo si estamos cansados, ser honestos si no nos apetece sonreír y ser capaces de confesar que hemos tenido un día de mierda o que nos hemos levantado con el pie izquierdo.
Tenemos que perdonarnos nuestras imperfecciones, abrazar nuestros defectos y reconciliarnos con nuestros miedos. Aspirar al diez en todas las asignaturas de la vida es una meta ambiciosa y positiva, pero si algunas veces no llegamos a alcanzar esa nota, si hoy no somos sobresalientes o si suspendemos en energía, no pasa nada, porque podremos intentarlo de nuevo. Estamos vivos, estamos aquí y ahora, con nuestros dolores, con nuestras taras y con nuestros lastres, pero en este instante podemos leer este artículo y regocijarnos por hacerlo.
La vida no se compone de fotos donde aparentar felicidad, reductos de momentos en los que repetimos poses para compartirlas con el mundo, o para recordarlas, sino de instantes. Nuestro estado de ánimo no es algo pétreo que se mantenga equilibrado las 24 horas del día, sino que se parece más a una montaña rusa que nos lanza al vacío por la mañana, nos hace reír cuando el viento nos golpea en la cara y, en ocasiones, nos obliga a vomitar para sacar fuera lo que no somos capaces de digerir.
No somos valientes, ni luchadores. Los muertos no han perdido ninguna batalla y los que nos quedamos con su aliento pegado al alma no somos más víctimas ni menos que ellos. Solamente somos personas; seres humanos, empujados por un instinto de supervivencia feroz que nos enseña a olvidar lo malo y a dar vida a caminos nuevos.
Estos días en los que hemos conmemorado una enfermedad terrible, nuestras cicatrices se han abierto de nuevo, y eso pica, duele y remueve penas que se habían hecho sólidas y que se nos escapan por los ojos, pero lo hemos hecho por una razón: sentirnos vivos y hacerle un cruce de mangas al cáncer para recordarle que llegará un día en el que no nos darán miedo sus colmillos.
Mientras, nosotros, los de entonces, los de hoy, estos que seguimos recorriendo semanas mejores y peores, prometemos seguir cultivando sueños, cosechando emociones y cocinando momentos felices. Si un día el mal tiempo siega nuestros campos, o el fuego lo consume todo, nos permitiremos alzar la vista al cielo y quejarnos por nuestra mala suerte, porque esta cambia, como los vientos en verano, y porque solamente puliendo nuestras aristas más frágiles podremos defendernos.
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