Con una moción de censura basada en la corrupción pepera, y sin presentar (que eso lleva mucho curro), ni discutir ningún programa político ni proyecto de país alguno, que es lo que suele hacerse en las mociones de censura de los países civilizados, Sánchez llegó a la presidencia de sus 84 escaños.
Y llegó como llegó, con el apoyo de un batiburrillo de mareas y partidos nacionalistas que tienen en común una cosa: todos quieren cargarse el país que tenemos y el modelo más o menos liberal que nos ampara, unos son antisistemas bolivarianos y otros quieren hacer astillas la vieja piel de toro porque tienen su destino histórico en lo eterno; o sea, la independencia.
La silicona que los unía a todos ha sido un tal Sánchez, que en realidad preside un partido que debería ser socialista y español, pero como diría Alfonso Guerra ahora es un partido que ya no lo conoce ni la madre que lo parió, ni siquiera el Clan de la Tortilla, saben ya que es el PSOE. Lo cierto es que el engrudo que ha permitido a Sánchez ir a ver a The Killers, que de momento es su máxima aportación al país y al aeropuerto de Castellón, se está resquebrajando casi como las esculturas de Ávalos en el Valle de los Caídos cuando quiso restaurarlas-destrozarlas ZP.
Los del PdCat ya han desenterrado el hacha de guerra y los podemitas andan ya con la mosca tras la oreja porque Sánchez les gana gesticulando por la izquierda y se están quedando sin discurso y, encima, el Echenique ya no sabe qué tuitear. Así las cosas, tenemos elecciones en lontananza, es lo mejor que podría pasar. Estaría bien dar un paso atrás para tomar ese impulso que tanta falta nos hace.
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