Incluso los que no somos de campo sabemos que, antes de las grandes tormentas, se producen silencios quizá ominosos, puede que simplemente peligrosos.
Yo creo -bueno, la fase más reciente de la misma, porque aquí siempre andamos en tempestades y tsunamis- que la tormenta se desencadenará este jueves, cuando comience el debate de la moción de censura.
Todos están callados, o diciendo lo mínimo: Rajoy, en su prudente guarida, como en él es habitual, a ver si escampa; Sánchez, quizá esperando darnos alguna sorpresa cuando nos hable desde el escaño al que él mismo renunció; Iglesias, que ha visto cómo sus pretensiones de antaño -aquello de ser vicepresidente, jefe de los servicios secretos, de la tele pública, etc- se han ido quién sabe si para no volver, mantiene, tras su relativa victoria interna por lo del chalé, una casi inédita prudencia; Albert Rivera ya ha dicho cuanto tenía que decir, y solo le toca esperar acontecimientos. Y los demás, cada uno en su ensimismamiento: los ‘indepes' catalanes andan como perdidos, los nacionalistas vascos con sus cálculos.
Y entonces, va Luis Bárcenas, el hombre más misterioso de España, y suelta su ‘barcenazo'. Hay gente que más vale por lo que calla (pero que un día gritará) que por lo que ahora habla.
Es el caso de Bárcenas, que, antes de ingresar en prisión, ha concedido una interesante entrevista al diario ‘El Mundo'. No me haré eco de los titulares por lo hablado, sino de las sugerencias de lo silenciado. Bárcenas, a quien esperan creo que largos años de cárcel (el Supremo sin duda rebajará en su días las condenas de esta primera fase de Gürtel), compartidos en parte por su mujer, tiene mucho más que contar, según se permite sugerir más que veladamente.
Puede que algún día lo cuente, cuando le convenga. O puede que, como dicen que está haciendo el fugado Puigdemont con su tiempo libre, esté preparando un libro de memorias, sabiendo todos que este tipo de libros se escriben siempre ‘contra alguien'. Y claro que va a llover mucho más.
Sobre la cabeza de Rajoy, de algunos de sus ministros y de varios de sus cercanos colaboradores de estos años en La Moncloa. Una canción famosa en la transición tenía como estribillo, que cantábamos en la Facultad, «tiene que llover, tiene que llover a cántaros»; se sobreentendía que la lluvia aclararía muchas cosas oscuras de una etapa política. Me parece que aquí a va llover de lo lindo, y no meteorológicamente, que ya va.
De momento, temo -por lo inútil cuando todos esperamos algo constructivo, de futuro- que la sesión parlamentaria de este jueves va a consistir en un ‘y tú más', un memorándum de acusaciones sobre corrupciones pasadas que dejará el hemiciclo cubierto de basura.
Y me parece que este silencio pesado que en las últimas horas nos asfixia, aunque a veces ahoguen más las palabras inconvenientes, nos promete un intercambio de munición dañina para esa imagen de la llamada clase política, que me parece que ya no puede andar más a la baja.
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