Supongo que el comandante de Iberia que dejó en tierra al equipo de Compak Sporting de Ibiza y Formentera tuvo cierto complejo de pichón al despegar. No es lo mejor cabrear a un equipo de tan buena puntería que se dirigía con ilusión a la final deportiva de Baleares. El piloto les denegó la entrada cuando la mitad del equipo ya estaba dentro de la nave. ¿Hubo rebelión a bordo? Seguro que sudó plumas mientras entraba en pista.
A priori me parece un acto más de la grosera intransigencia tan frecuente en las líneas aéreas. Se escudan en normas de seguridad que transforman a los pasajeros en simple ganado. Solo está permitido el berrido uniforme que no se atreve a protestar, alentando la castración psicológica en este moderno y dictatorial patio de colegio en que se va transformando la sociedad adulta.
La cortesía y el sentido común, garantes de una sociedad civilizada y no una cuadra de bestias, han desaparecido para tratarnos como a un simple número dentro de la masa de robots. Los tiradores que ya estaban dentro del avión abandonaron la nave porque no permitían a sus compañeros subir –naturalmente: son pasajeros, no prisioneros– y el vuelo salió con retraso y aún más cabreo. ¡Vaya forma de hacer las cosas! O el comandante es un fanático de la normativa (summun ius summun iniuria: el derecho aplicado con máximo rigor se transforma en la mayor injusticia) o es un vegano enemigo de cualquier cosa que suene a caza.
Sea como fuere, su harto celosa conducta ha derivado en taimado acto de sabotaje contra la puntería pitiusa, que, estoy seguro, se hubiera afinado aún más con un buen trago de Xoriguer.
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