Así como en mi artículo de la semana pasada os animaba a acoger el Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de este año y dediqué mi escrito al primer aspecto de ese Mensaje, dedico mi artículo de hoy al segundo aspecto, con el deseo de que ello os sea de utilidad para vivir bien este tiempo de Cuaresma.

En el segundo punto de este texto – que lleva por subtítulo ‘un corazón frío' – Francisco recuerda que Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; «su morada es el hielo del amor extinguido», escribe e invita a preguntarnos: «¿Cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amorcorre el riesgo de apagarse en nosotros?».

Entre las causas el Papa destaca «la avidez por el dinero», «raíz de todos los males», a la que sigue «el rechazo de Dios» y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación «antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos». Y añade que todo esto se transforma en una violencia que se dirige contra los que consideramos una amenaza para nuestras «certezas», como «el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas».

Sin olvidar que la creación también es un testigo silencioso de este «enfriamiento de la caridad», el Pontífice escribe que el amor se enfría asimismo en nuestras comunidades y recuerda que en su Exhortación apostólica Evangelii gaudium ha tratado también de describir las señales más evidentes de esta falta de amor, como el egoísmo, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, o la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, con lo que disminuye el entusiasmo misionero.

¿Qué podemos hacer? Todo esto sugiere al Obispo de Roma plantearse la pregunta – en su tercer punto – acerca de lo que podemos hacer. Aquí Francisco reafirma que la Iglesia, en su carácter de «madre y maestra», además de la medicina, a veces amarga de la verdad, «nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno».

Y agrega que el hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que «nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios», que es nuestro Padre y que desea la vida para nosotros. Al mismo tiempo – añade – el ejercicio de la limosna «nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano»; mientras el ayuno, «debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer».

El Santo Padre manifiesta en su mensaje que desearía que su voz «traspasara las fronteras de la Iglesia Católica», para llegar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, «dispuestos a escuchar a Dios». A todos ellos les dice directamente que «si se sienten afligidos porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios», ayunar juntos y juntos ayudar a nuestros hermanos.

Tras bendecir a todos de corazón, asegurando su oraciones y pidiendo que se rece por él, el Obispo de Roma escribe que «en la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual», con lo cual «la luz que proviene del ‘fuego nuevo' poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica». De ahí su deseo de que «la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu, para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús».