El desesperado llamamiento a la unidad del independentismo, proferido por Puigdemont desde Bruselas a última hora del martes, nos pone el argumento en bandeja. Si hace unos días la nube tóxica que se cernía sobre la España política era la del conflicto constitucional (Consejo de Estado, Gobierno y Tribunal Constitucional no caminaban juntos), la nube planea ahora sobre la parte separatista de Cataluña.
Los síntomas de fractura interna son evidentes. Tampoco los partidos del bloque constitucionalista aparecen más unidos. Pero el entramado institucional del Estado ha mantenido la suficiente sintonía como para responder a la última provocación. Consistía en perpetrar un pleno fraudulento en el Parlament para investir a un candidato en permanente situación de delito flagrante (eludir la acción de la Justicia). Iba a celebrarse en ausencia del candidato, pero en línea con los deseos del Gobierno, quedó prohibido por una resolución del TC.
Es lo que ha sembrado la discordia en el bloque independentista, a raíz del aplazamiento del pleno previsto para el martes pasado, por decisión del presidente del Parlament, Roger Torrent, que puso de los nervios al grupo de diputados del PDeCAT más afin a Puigdemont, liderados por Quim Torra y Elsa Artadi, que habían contado con la insumisión de la Cámara a las medidas cautelares del alto tribunal.
Torrent también acabó haciendo lo que el Gobierno quería: impedir un pleno fraudulento. Lógico. Tuvo que elegir entre obedecer o desobedecer al TC. O renunciar al cargo. No tenía otra. Y eligió lo primero. Aunque pareció declararse en rebeldía al insistir en que no había suspensión sino aplazamiento y en que no nombraría otro candidato. Fue una pura descarga verbal, sin incurrir en ningún supuesto delictivo.
Fue una voz más unida a los gritos de los manifestantes en torno al Parlament. Caretas con la imagen de «nuestro presidente», declamación de consignas políticas, esteladas al viento, no toleraremos, no consentiremos, etc. Y muchos llamamientos a la unidad. Como el escuchado en boca de Agustí Alcoberro, vicepresidente de la ANC, una de las asociaciones convocantes de la manifestación: «Hoy más que nunca debemos estar al lado de nuestro presidente Puigdemont y del presidente del Parlament, Roger Torrent».
Pero, tal y como se han puesto las cosas, va a ser muy difícil que lo que sea bueno para Puigdemont sea bueno para Torrent. Por no decir imposible. Hasta ahora lo que ha hecho Torrent es tirar de la cuerda, sin romperla. O sea, ganar tiempo. El viejo truco. Aunque no parece dispuesto a dar ningún paso que suponga desobedecer al TC, con las consecuencias penales de las que ha sido advertido. ¿A la cárcel solo por alimentar el narcisismo de Puigdemont? No lo creo.
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