Algunos de los políticos que tuvimos, especialmente en los tiempos de la Transición, eran hombres de Estado. De aquella camada no tenemos a ninguno en activo, entre otras cosas porque ahora la política consiste en presentarse a las elecciones para una vez terminadas estas, el día siguiente comenzar a preparar las siguientes elecciones aunque se celebren dentro de un lustro. Toda la política se enfoca en eso, en la coyuntura, no en proyectos a largo plazo para modernizar España, sino en decir todas las posverdades posibles para tener contentos a los hooligans de cada partido. Por eso me han gustado mucho las declaraciones sardónicas y pulgosas de aquel presidente que, con sus luces y sombras, sí fue un estadista, o sea Felipe Glez. Por ejemplo ha dicho que la reforma de la Constitución por lo menos servirá para que algunos la lean, ¡cuánta verdad!: porque cuántos políticos de estos de la nueva hornada fláutica tenemos que andan pontificando sobre nuestras vidas y carecen de la más mínima formación jurídica y desde luego no han leído la Constitución, leerán el último cómic chic-hípster o su cuenta de twitter (que eso ya es un gran esfuerzo), pero la Constitución no la han visto ni en el papel ni el en mundo virtual. Luego, Felipe ha dicho que no se reconoce en ningún político español actual, lógico —él tampoco es que lo hiciera todo bien, al entrar en la CEE nos dejó sin industria y malbarató nuestra agricultura— pero es verdad que lo que hoy tenemos es mayormente casquería, muchos de la anticasta no habían trabajado ni estudiado nunca y muchos de la derecha carecen de vocación, van ‘al merme' (que diría José Mota). Se echa de menos tener presidentes menos telemáticos y con capacidad de proyectar España.