Pedro Sánchez, el secretario general del PSOE que de manera aplastante se ganó de nuevo el puesto en las primarias de junio, es algo guadianesco: aparece y desaparece de manera imprevisible. Ahora ha iniciado curso, quizá el curso político más difícil desde el fin del franquismo, con todo un programa de Gobierno, presentándose como una alternativa posible a lo que hay. Y esa fue la parte buena. La falta de concreción, el escaso poder de convicción para todos aquellos que no sean los suyos, fue la parte mala. Pero, al menos, hay algo parecido a un plan de acción para reactivar la muy lánguida vida política española.
Cuando no tengas mucho que decir, invéntate un decálogo de promesas. No me haga usted mucho caso, pero creo recordar que la frase procede del ingenio indudable de Pío Cabanillas, aquel político tan injustamente olvidado en su faceta de persona genial. Y eso fue exactamente lo que Pedro Sánchez hizo: en uno de los tumultuosos desayunos políticos que animan ocasionalmente la sequía del panorama político española, reapareció tras largo silencio para enumerar las diez parcelas -las esperables- en las que buscará un acuerdo con la sociedad y, se supone, también con otras fuerzas políticas, si puede. Desveló una propuesta concreta, esa, al menos, destinada a hacer mucho ruido: un impuesto a la Banca para afrontar la crisis de las pensiones. Usted y yo sabemos que el tema es popular, sin duda, pero de realización discutible, sin que pueda justificarse en que los españoles destinamos setenta y siete mil millones para sanear a los bancos españoles y ahora esos mismos bancos tienen que restituirlos. Nada es, ay, así de fácil.
Pero, en fin: bien venidos sean los propósitos regeneracionistas, aunque los de Pedro Sánchez, que este martes no quería meter la pata en ningún capítulo, y menos con esta delicadísima situación política que vive España, sean más bien modestos. No diría yo que el suyo es un programa de izquierdas, ni tampoco que muestre afán de pacto alguno -pero entonces, ¿cómo concretar una reforma constitucional, educativa, de pensiones, etcétera?--. Ni con la derecha -en la que incluyó frontalmente a Ciudadanos-- ni con Podemos. El de Pedro Sánchez -líder-de-la-oposición-a-Rajoy vuelve a ser un programa, como en 2016, de confrontación con la derecha del PP; solo que ahora ha roto puentes también con Albert Rivera y yo diría, aunque con menos claridad, con Pablo Iglesias por el otro lado. El PSOE de Sánchez se ha quedado orgullosamente solo.
Tampoco pudimos escucharle grandes propuestas novedosas sobre Cataluña, aunque razón tiene al afirmar que bastante confuso han dejado, están dejando, el panorama los independentistas como para andar ahora ofreciendo recetas que mañana pueden saltar en pedazos merced a alguna nueva ocurrencia -esto lo digo yo- del huido en Bruselas. Ni plurinacionalidad, ni ‘cupo a diecisiete', niconcreciones acerca de en qué hay que reformar la Constitución. Nada: decálogo, decálogo, decálogo, pero sin precisar, o precisando muy poco, cómo plasmarlo en realidades.
Salí del desayuno algo confuso, por decir lo menos. Con la sensación de que Pedro Sánchez, que ya no tiene oposición digna de tal nombre en el PSOE, anda en busca de un camino propio, sin haberlo encontrado del todo. Al menos, por ese lado algo se mueve. Ignoro si, a este paso, llegará a presidente del Gobierno: dicen que en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Al menos, me confortó que no soltó ninguna de sus ‘ocurrencias', no se cerró en tablas (no demasiado) y parece haber entendido en qué se equivocó garrafalmente desde 2015. Bueno, ya es un avance, y estamos ansiosos por constatar avances por algún lado. Este ‘decálogo del nueve de enero' no es precisamente las tablas de la ley. Pero podría ser, si las demás fuerzas políticas (y el propio PSOE) quisieran, el inicio de un camino que ahora está cerrado.
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