Como nos cuenta el Evangelio de San Marcos, que se anuncia hoy en la celebración de la Santa Misa "aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia" (Mc 1,9-11). El bautismo de Jesús significó la inauguración y aceptación de la misión y de la voluntad del Padre, siendo así portador de justicia, de luz, de vida y de libertad.
El bautismo de Cristo nos ha de recordar el bautismo que nosotros, aunque de forma diferente y con muy buenos efectos hemos recibido. Por el bautismo hemos renacido por el agua y por el Espíritu Santo a una nueva vida, hemos sido hecho cristianos, nos unimos a Dios, participamos de su misma vida y de su amistad y por ello somos miembros de la gran familia de los hijos de Dios, de la Iglesia, liberándonos del llamado pecado original.
El bautismo es el don de la vida que Dios nos hace. Pero este don debe ser acogido y vivido. Es un don de amistad que implica dar un ‘sí' constante a Dios, Padre, maestro y amigo y a la vez dar un ‘no' a lo que no es compatible con esa condición, a lo que es incompatible con la vida verdadera en Cristo.
Por el bautismo estamos llamados como Jesús a cumplir la voluntad del Padre para ‘vivir una vida nueva' (Rom 6, 4) (cf. CCE, 537). Dios quiere y espera nuestra respuesta libre; esta respuesta comienza por nuestra fe, con la que, atraída por la gracia de Dios, nos fiamos de Dios y confiamos en Él, nos adherimos de mente y de corazón a su Palabra, le amamos con todo nuestro ser y seguimos sus caminos. Todos los bautizados, ya desde la infancia, hemos de ser capaces de comprender, acoger y recorrer personal y libremente un camino espiritual que nos lleve a vivir con gratitud y alegría el don recibido en el bautismo y en consecuencia que nuestros actos, nuestras palabras, nuestras obras y nuestros deseos lo demuestren.
Y al decir esto, los adultos hemos de ser personas que viviendo así colaboremos a que los niños y jóvenes puedan abrir su corazón a la fe y vivir la vida nueva recibida en el bautismo. Y ¿cómo podremos hacerlo si no valoramos o vivimos con alegría nuestro propio bautismo? Nuestros niños y jóvenes necesitan que padres, padrinos y toda la comunidad cristiana les ayudemos a conocer a Dios, Padre misericordioso, y a encontrarse personalmente con Cristo para entablar una verdadera amistad con Él. Será a través de la palabra y del testimonio de vida cristiana como padres y padrinos trasmitirán la fe a sus hijos, les ayudarán a vivir la vida nueva del bautismo y a crecer espiritualmente.
La comunidad cristiana está llamada a asistir a padres y padrinos para fortalecer la propia fe y la propia vida cristiana, alimentándola con la oración, los sacramentos y la vida en la comunidad. Los padres no podrán dar a sus hijos lo que ellos antes no han recibido y asimilado, y si no lo viven día a día.
Así pues, la riqueza de la vida bautismal es tan grande que nos pide de todo bautizado la tarea de vivir constantemente en el amor a Dios haciendo el bien a todos como Jesús. Es la llamada a seguir a Jesús para ser sus misioneros en la Iglesia y en el mundo.
Comenzamos, pues, gracias a Dios un nuevo año y que ello nos haga vivir más potentemente como bautizados, miembros de la Iglesia para bien nuestro y el de los demás.
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