Cuando ya hasta la festividad mágica que se celebra este 6 de enero se emponzoña con polémicas ajenas al significado de lo que en realidad significa este día, pocas esperanzas quedan de que la paz se instaure en los corazones de este secarral político que se llama España. Y conste que no hablo solamente de Cataluña, sino de otros muchos desajustes que Melchor, Gaspar y Baltasar, por muy magos que los queramos, no podrán resolver así, tan fácilmente.
Hablo de desajustes en una economía que potencia las desigualdades y en una justicia que ídem. Imposible no ver demasías en peticiones fiscales de ciento veinte años para un chantajista, por muy despreciable que este sea, e imposible obviar el artículo de un conocido periodista independentista catalán que contrapone, precisamente cuando se conmemoran los ochenta años del Rey emérito, a Junqueras en Estremera y al yerno y cuñado real, Urdangarín, disfrutando de unas vacaciones en Roma.
Desde luego, si hubiese de pedirles algo a los Magos, en una carta que jamás les he dirigido, la puesta en libertad de Junqueras -- no porque sienta la menor simpatía por el personaje -- sino porque pienso que sería lo más conveniente para los intereses de España. A este paso, si un Junqueras tintado de negro, como tantos baltasares municipales estos días en tantas cabalgatas, desfilase por las calles, acabarían llamándole Nelson Mandela y, a base de hipócritas apelaciones cristianas y pacifistas, acabará por lograr hacerse un mártir de la causa, naturalmente con el apoyo miope de los del lado ‘de acá'.
Desde luego, la magia de estos reyes míticos que hoy nos dejan regalos no llega para hacernos vencer esa miopía, que tanto ha colaborado a potenciar la irresponsable andadura de los secesionistas, con Puigdemont a la cabeza y Junqueras de ‘controller'. Que algunos comentaristas lo utilicen para desgastar a la Monarquía -en el fondo, la figura del emérito y de su parentela no es sino un pretexto, un proyectil para desgastar a la Corona _ me parece un signo preocupante en la medida en la que Junqueras, que no el huido a Bruselas, está logrando afianzar su imagen de líder mucho más allá de lo que seguramente merecería. Y el verdadero ariete para derribar a la Corona en el Reino de España está ahí, en esa pretendida República Independiente de Catalunya que de ninguna manera puede ser, que no será.
Mucho se ha hablado de la necesidad de un pacto de Estado para afianzar esa Monarquía hoy más desgastada que nunca, lo que es paradójico cuando gozamos del mejor Rey de nuestra Historia. Porque una de las cosas en las que no parecen haber caído los excesivos hagiógrafos de Juan Carlos I es en su mérito como educador de quien habría de sucederle, un mérito desde luego compartido, y no poco, con la Reina Sofía.
Felipe VI es, ante todo, un profesional de su cargo, que no cometerá los errores de su padre y que atraviesa con dignidad por una dificilísima situación política para la que no se atisban fácilmente salidas. Sin embargo, desde luego, Felipe de Borbón lo que no es, pese a sus muchas virtudes, es un Rey mago que, con el mero toque de su varita, pudiese enderezar las cosas que se han torcido sin fácil remedio.
Pero sigue siendo, y abarco también a Cataluña, la figura con más prestigio en el país y se va convirtiendo, y lamento situar tanta responsabilidad sobre sus hombros, en la única personalidad ‘política' -comillas, por favor _ que pueda forzar un diálogo entre las distintas orillas. Sé, o intuyo, de sus gestiones entre bambalinas y supongo sus esfuerzos por contenerse, como una vez más supongo que hará en su discurso en esta Pascua Militar, en sus discursos públicos para no entrar en referencias a cosas y causas concretas. Pero cada vez sospecho con mayor fundamento - lo he dicho muchas veces _ que este hombre, que este mismo mes cumplirá medio siglo de vida, pudiera contribuir no poco a la magia de la reconciliación entre las varias Españas que nos van helando, poco a poco, el corazón del Estado. Que los Magos nos lo conserven, eso al menos.
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