Es el último crimen machista conocido. Y se suma a la siniestra lista de un año en el que, mire por donde, las fuerzas políticas daban luz verde al llamado Pacto contra la Violencia de Género. Vaya paradoja. No estoy seguro de que policías y periodistas hayamos dado el peso respecto a este caso concreto. Hay que decirlo, por respeto a Diana Quer y familia. Me explico: Nunca faltarán motivos para estar orgullosos de nuestros Cuerpos Policiales, cuyo historial va sobrado de aciertos en la lucha contra la delincuencia. La propia familia de Diana ensalza el trabajo de los mismos, sobreponiéndose al doloroso momento de conocer el asesinato de su hija. Se había producido la detención del tal José Enrique Abuin, alias «El Chicle». Un viejo conocido en cuarteles de la Guardia Civil y comisarías de la zona. Por trapichear con droga y por anteriores episodios de agresión sexual. Sin embargo Abuin era uno más de las decenas de sospechosos que estaban en el punto de mira de los investigadores. Y solo se decide su detención cuando el pasado día 23 intentó agredir en Boiro (Coruña) a otra joven y esta cumplió con su deber de denunciarlo a la Guardia Civil. Por la declaración de esta joven se supo que la había amenazado con un cuchillo, y que intentó quitarle el móvil y meterla en el maletero del coche. Un modus operandi que, según los agentes, recordaba al que parecía haberse utilizado en el caso de Diana. Así que los acontecimientos se precipitaron y el tal Abuin fue detenido por la desaparición y presunto asesinato de Diana Quer el 22 de agosto de 2016. Dos días después de la detención, y con indicaciones del detenido, a primera hora del 31 de diciembre el cuerpo de Diana aparecía en una nave abandonada de la parroquia de Asados (Rianxo), que durante años había sido refugio de traficantes de droga y tabaco. Pero la pregunta quedaba en el aire: ¿Hizo falta la conducta reincidente del agresor para detenerle sin haber estrechado el cerco sobre él mucho antes? Cuestión aparte es la textura moral del sujeto. Quienes encajamos en los habituales modelos de «normalidad» nos hacemos cruces sobre la capacidad de hacer vida «normal» después de asesinar a una persona, sin que aflore la mala conciencia, el remordimiento o, simplemente, la pequeña grieta de un secreto tan bien guardado durante casi año y medio. Y tampoco estaría mal que dedicáramos un minuto a reflexionar sobre el espectáculo de algunos comunicadores y algunos medios de comunicación que procesaron alegremente las intenciones de Diana y especularon sobre una desaparición voluntaria. No falto de nada. Desde conflictos familiares hasta historias amorosas de la joven. La realidad ha sido más grosera y más cercana. Estaba ante nuestras narices pero solo la vimos cuando el agresor volvió a las andadas.
OPINIÓN | Antonio Casado
Por respeto a Diana
02/01/18 4:22
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