Después del paréntesis de las uvas, nos asomamos al abismo de enero. Menudo 2018 nos espera, empezando ya por los primeros días del año. Todo tipo de locuras surrealistas, relacionadas en su mayoría, claro, con Cataluña, despide este 2017 nefasto: desde la broma de Tabarnia, que tanto eco encuentra en las festivas y frívolas redes sociales, hasta el último dislate, que consistiría en que el fugado Puigdemont intente ser investido ¡por plasma!, con Bruselas como capital política de Catalonia.

Nos viene encima una controversia jurídica de órdago acerca de cómo se puede dar un acta y hasta investir presidente de la Generalitat a un huido de la Justicia: ni en los partidos de Puigdemont y Junqueras tienen clara la pirueta que sería precisa, mientras los juristas hispanos contienen el aliento a la espera de lo que un juez del Supremo, un desconocido llamado Pablo Llarena -ni en el apellido se ponen de acuerdo todas las entradas de Wikipedia--, tenga a bien decidir: ¿libertad para Junqueras y los otros miembros del Govern presos? ¿con qué condiciones?

Todo es nuevo: nunca había, por suerte, ocurrido nada semejante en la Historia de España. Ni, probablemente, en la de Europa. Así que juristas, incluyendo al Supremo, medios de comunicación, clase política en general, usted, yo, todos, andamos como a tientas, intuyendo que esto es materia más propia de un novelista de ciencia-ficción, o de la escuela kafkiana, que de cualquier politólogo, catedrático constitucionalista o cronista político. Parece cosa de marcianos, así que echamos de menos a un Asimov redivivo para que nos ilustre sobre tanta insania.

Me siento incapaz hasta de hacer un resumen del año demencial que nos ha tocado vivir, analizar -si posible fuese- y comentar. Ni siquiera me parece fácil definir cuándo empezó todo: ¿tras la Diada de 2012, cuando a Artur Mas le entró el síndrome mesiánico? ¿con aquel referéndum que no fue del 9 de noviembre de 2014? ¿Tras las elecciones catalanas de septiembre 2015, o con la llegada ‘digitalizada' de Puigdemont, o en aquel golpe parlamentario de septiembre de este año, o el 1 de octubre pasado, el 27 de octubre...? El calendario político de este año, y de los precedentes, está lleno de jornadas luctuosas. Y ahora aquí andamos, debatiendo hasta si la política más votada en Cataluña debe o no presentarse, aunque sea para perder, como candidata no independentista a presidir la Generalitat en la sesión de investidura, que se celebrará cuando Dios, Puigdemont, Junqueras y el juez de la Sala 2 del Supremo quieran.

Me dicen esas voces informadas que tan a menudo, empero, se equivocan, que Junqueras está dispuesto a cantar de plano ante el juez, el próximo día 4, para salir de Estremera y preparar su asalto al palacio de la plaza de Sant Jaume, cada vez más en competición con el fuguista. Me consta que en el Gobierno central, qué le van a hacer, le preferirían a él, que es lo malo conocido, al frente de la Generalitat que a Puigdemont, considerado como un caso perdido para cualquier diálogo coherente. Pero, a estas alturas, casi es irrelevante lo que Rajoy o las instituciones quieran o lo que prefieran: este caballo desbocado galopa hacia quién sabe dónde, adentrándose en un 2018 en el que, desde luego, acontecimientos políticos no van a faltar. Esperemos que sean para bien, aunque a estas alturas quién podría asegurar tal cosa.