Usando los mismos argumentos que los independentistas, devolviéndoselos, los inventores de Tabarnia proponen la escisión de su territorio, las provincias de Barcelona y Tarragona más o menos, de una hipotética Cataluña independiente, a fin de conservarse pertenecientes a España y a la Unión Europea. Desde la identidad al «Cataluña nos roba», pasando por el «derecho a decidir», Tabarnia utiliza todos los mantras que, en su alienante repetición, salmodia el secesionismo catalán hasta llegar a creérselos a pies juntillas. Se trata, ciertamente, de un juego intelectual con su poco de nostalgia infantil, de cuando de niños imaginábamos países a la medida de nuestra fantasía, pero se trata también de un juego inocuo, no inicuo como el de los que, forzando la realidad, pretenden imponerlo a casi cincuenta millones de personas con nefastas consecuencias.
Tabarnia es lo que es, una broma, pero para ser una broma, algunos independentistas catalanes de humor funerario se la están tomando, al parecer, muy en serio, o todo lo en serio que esa gente es capaz de tomarse algo. Tanto es así que ya andan tildando de fascistas a sus creadores, y de memos a los que, como los de Ciudadanos, suponen que la idea les hace tilín. Diríase que a los cancerberos de las esencias nacionales les preocupa, más que la improbable viabilidad de Tabarnia, el hecho de no ser ellos los únicos catalanes autorizados a inventarse una Cataluña.
Podría, hoy sí, tomarse como una inocentada, pero en cualquier otra fecha Tabarnia sería también una creación inocente. El envés de esa otra creación que uno se niega, por amor y respeto al concepto, reconocer como República.
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