En la Audiencia de Sevilla comenzaba, con bastante tensión, el que quizá vaya a convertirse, opinión publicada mediante, en el ‘juicio del año', por los ERE. En Cataluña, la campaña electoral seguía su discurrir histérico, que acabará con un final histórico. Y, por el contrario, en el Congreso de los Diputados, para el que un grupo parlamentario ha pedido el cambio de nombre por ‘sexista' (solo, dicen, se habla de los parlamentarios varones, no de ‘las diputadas'; maaaadre mía...), todo era ambiente apacible, incluyendo el tradicional rifirrafe entre el presidente del Gobierno y el líder parlamentario de Podemos, Pablo Iglesias. Pax navideña. Ni siquiera los de Esquerra sacaron demasiado los fuegos artificiales a los que tan aficionados son. Era la última sesión del año, y no iba a pasar a la Historia del parlamentarismo, precisamente. El Legislativo está, definitivamente, en baja.

Sí, esta vez no habrá ni siquiera ese ‘pleno escoba' que, muchas veces coincidiendo con el Día de Los Inocentes, tramitaba asuntos de menor cuantía pendientes, para no dejarlos para el año próximo. La vida parlamentaria se agota, y Margarita Robles tenía razón cuando, en la sesión de control, le reprochaba este miércoles al presidente del Gobierno la escasa actividad legislativa registrada en los últimos meses. No hay más que ver que el tema ‘estrella' era este miércoles la aprobación de una iniciativa para tratar a los animales casi como si fuesen personas... Claro que no se puede culpar a Rajoy solamente de esta atonía en la vida de las Cortes, porque la verdad es que, desde que hace dos años se celebraron aquellas elecciones del 20 de diciembre de 2015, la política española no ha hecho otra cosa que dar tumbos, y la responsabilidad es de todos, y no solamente -aunque también- de unos.

El Parlamento es el arquitrabe de toda vida democrática, como ya sugería Montesquieu. Lo ideal sería que Ejecutivo y Legislativo se supeditasen a los mandatos que emanan de las Cortes. Pero, claro, si la vida en el Congreso de los Diputados -ya digo: ¡Compromís quiere suprimir la segunda parte, para evitar sexismos!- tiene su máximo esplendor en el momento en el que se celebra la cena anual de los periodistas parlamentarios, con sus socarrones premios a Sus Señorías otorgados por quienes les sufren como informadores (y viceversa) cada día, apañados vamos. Hay como resignación a no tener brillo, a que el parlamentarismo se consuma en cuchicheos de pasillo, y el debate se sustituye por el exabrupto.

Y así ha concluido el año parlamentario: con la actualidad fuera del caserón de la carrera de San Jerónimo, con propuestas de traca final que son ocurrencias interesadas, con argumentos y discursos de sal gorda. Si la temperatura política de un país se refleja en su vida parlamentaria, estamos, sin duda, tiritando.