Me refiero a los casos de corrupción. Sobre todo el conocido como caso «Gürtel». Es público y notorio que para la fiscal del caso la existencia de una Caja B del Partido Popular estaría «plena y abrumadoramente acreditada». La conclusión a la que llegó en su escrito es que el PP, como persona jurídica, obtuvo un beneficio de los delitos atribuidos a la trama corrupta organizada por Francisco Correa. Ninguno de los desmentidos formales escuchados en boca de los diferentes portavoces populares ha conseguido extinguir la muy fundada convicción de que en los llamados «papeles de Bárcenas» figuraban las anotaciones contables de la financiación non sancta del partido. Ya digo que en otras circunstancias estos asuntos salpicados por la corrupción habría puesto en un serio aprieto al máximo responsable del partido que también lo es del Gobierno de España.
En otras circunstancias, sí. Ahora no. O no tanto. Por varias razones. La primera y más evidente es el desenlace (provisional) de la mencionada «cuestión catalana» que todo lo copa y ocupa. El personal jerarquiza prioridades y a juzgar por lo que dicen las encuestas el intento sedicioso de los separatistas preocupa y mucho a la gente. Además, hay que tener en cuenta un fenómeno que provoca melancolía pero que, por desgracia, está en la naturaleza del quehacer de los políticos. Juegan a su favor desde un cálculo nacido del más puro cinismo. Su idea es que hay que resistir. Resistir porque en la opinión pública la corrupción provoca el mismo efecto que el aire acondicionado: al principio molesta el ruido, pero con el tiempo el personal se acostumbra. De ahí el «resistir es vencer», lema de Mariano Rajoy. Por eso pisa fuerte. Tan fuerte que tiene dicho que quiere repetir como candidato de su partido. España sigue siendo diferente.
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