Hubo un momento -jueves, tempranito- en que el conflicto estuvo a punto de encauzarse. Pero el acoso a Puigdemont frustró enseguida la gran ilusión que se había despertado en todo el país, en prueba de que lo que la gente normal desea es una solución inteligente y pacífica. El independentismo entró de nuevo en erupción y con ellos España entera, que es la que menos pinta en esta historia, por desgracia. Luego la gran manifestación antisoberanista de Barcelona, con todos los excesos verbales y políticos imaginables y una quiebra de la seguridad en sí mismos de los independentistas.
Y enseguida llegaba el gran espectáculo del Brussels Press Club, que aclaraba, en todos los idiomas que domina el presidente cesado, cuáles eran todas las intenciones de los «sustituidos». No había petición de asilo pero sí asentamiento en la capital europea, por si acaso. Era el acto informativo más importante del año. Y era la inmediata recuperación psicológica del lado independentista. Las cosas como son.
Estamos en un momento álgido. Ya no se ahorra en amenazas, insultos e imbecilidades, cuando ya el Gobierno Rajoy había asumido las funciones de la Generalitat y sustituido a todos sus responsables. Lo de las querellas del fiscal general, que nos hacía retroceder a tiempos y regímenes muy pasados. Las oraciones de muchos españoles ya no daban abasto.
Rebelión-sedición-malversación: la trilogía de la locura, con posibles medidas cautelares, como la prisión para Puigdemont y sus colaboradores. Escándalo internacional, envenenamiento político profundo y pérdida de las esperanzas que habían sobrevivido. Todo parece que dirigido a hacer imposible para siempre el soñado acuerdo de aquella mañana de jueves.
Judicializar la política es un error, clamaba compungido el líder podemita, en un país en el que Rato y otros muchos están en la calle, razonaba Pablo, poniendo su cara de despistado. Luego lo de proteger a los corruptos con una bandera. ¿Pero es que nadie piensa que sería bueno eso de que Cataluña siga en España, con unos marcos institucionales distintos?
En los círculos en que uno transita o se mueve lo que observo es un gran desconcierto, tras la sarta de frustraciones de las últimas semanas, días u horas. Con un recrudecimiento de la historia del odio que parece dominarlo todo tras la mañana de aquel luminoso jueves, cuando pudimos comprobar que el conflicto era resoluble y que el odio era superable. Un jueves que a lo peor no vamos a volver a conocer, sepultados por los discursos amorfos, oscuros, egoistas y antihistóricos.
No olvido ni nunca olvidaré -ahora se ha recordado 40 años después- la llegada a España del gran Tarradellas, de la mano del gran Adolfo Suárez, en los comienzos de la Transición, cuando media docena de hombres elegidos por la fortuna de los dioses abrieron para España unos caminos que muchos ahora olvidan o desprecian, sin percatarse quizá del enorme error histórico que están cometiendo. Los que olvidan figuran en todos los idearios políticos. El que sepa rezar que rece, que a lo mejor es la única salida que nos van a dejar los «patriotas» de uno u otro signo.
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