Decir que la confusión ha sido la tónica reinante hasta ahora en lo que se refiere a las posiciones de Podemos ante el referéndum secesionista y ante la propia declaración de independencia, criticada desde Madrid, pero asumida con entusiasmo por la ‘fracción barcelonesa' que lidera Albano Dante Fachín, sería quedarse corto: más bien ha parecido un caos.
Carezco, lo admito, de una información interna profunda sobre este partido, pero me consta la preocupación de Pablo Iglesias ante las críticas internas a la ‘ambigüedad' de la posición ante el golpe de la Generalitat catalana, y por ello tomó la decisión de ‘degradar' a la cada vez más descontenta Carolina Bescansa, como antes hizo con Luis Alegre, con Iñigo Errejón, con José Manuel López... Ya no queda ni uno de los fundadores en Vistalegre 1, y eso también debería hacer reflexionar al líder, cada día, parece, más encerrado en su núcleo de confianza, que encabeza Irene Montero y del que forma parte, con influencia creciente, Pablo Echenique, particularmente desafortunado, a mi entender, en algunas recientes manifestaciones.
El hecho de que no me sea fácil -Pablo Iglesias no lo hace fácil- seguir tan atentamente como yo quisiera a Podemos no hace que sea enemigo de esta formación, a la que considero necesaria no, desde luego, como un partido para gobernar España, sino para incidir en la crítica a la labor del Ejecutivo, para presentar proposiciones avanzadas en el Legislativo y para animar las denuncias ante los jueces y ante el llamado cuarto poder. Podemos nació como reacción de millones de españoles ante el inmovilismo y la corrupción de un bipartidismo desgastado ante los ojos de una parte muy considerable de la opinión pública. Creo que se percibió a este partido, quizá hijo indirecto de los movimientos ‘indignados', como un factor de renovación ilusionante y moralizante de la vida política. Algo nuevo, quizá un poco desconcertante, pero un soplo de aire fresco, que nos llegaba.
Pronto comenzaron los errores, tras el indiscutible éxito de haber consolidado en tiempo récord un partido ‘con el que había que contar'. Errores atribuibles en su mayoría a la personalidad algo dislocada del líder, es decir, Pablo Iglesias. La falta de reflexión política, el afán por mezclar a todos los disidentes del bipartidismo viniesen de donde viniesen, la ambición por reclutar votantes en Gerona y en Huelva al mismo tiempo y con los mismos eslóganes, constituyeron equivocaciones casi de libro. Y la falta de posiciones claras en el tema clave de la política en este año, el creer que el secesionismo es algo ‘de izquierdas' -y nada de eso--, el separarse de quienes aceptan y promueven la idea de España, sin duda está influyendo en el descenso en intención de voto que pronostican todas las encuestas.
Lamentablemente, no puedo ser muy optimista respecto a que Podemos cambie sustancialmente el rumbo, como en cambio sí lo hizo el PSOE de Pedro Sánchez. No creo que sea el momento ahora de pensar ‘en derechas e izquierdas', sino en construir una plataforma sólida para la unidad territorial. Y con sus mensajes ambiguos, cuando no equívocos, Podemos no está contribuyendo a ello. Es esencial que, de cara a las elecciones del 21 de diciembre, esta formación afine sus notas, se coordine adecuadamente con quien debe ser el candidato único de esa izquierda-a-la-izquierda, Xavier Doménech -una vez que Ada Colau, que es la verdaderamente carismática, ha renunciado a presentarse--, y se deshaga de un Dante Fachín que estaría sin duda mejor ubicado en otro sitio, como Esquerra Republicana o en la propia CUP, de la que Podemos habría de distanciarse todo lo posible.
Porque, con unas posiciones claras, que nada tengan que ver con pescar peces en el río torrencial independentista, Podemos no solamente se convertiría en un serio candidato a formar parte de un Govern tripartito en Cataluña, sino también consolidaría posiciones que ha ido perdiendo en el resto de España, donde, por cierto, las elecciones no pueden estar ya muy distantes. Ahora sí que Pablo Iglesias, a quien las encuestas muestran cada día con un mayor grado de impopularidad, se la está jugando.
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