Mientras Rajoy y sus palmeros, como plañideras menopáusicas suplican a los golpistas que abandonen su proceso separatista y su anunciada intención de declarar la independencia desde el Parlament, los catalanistas de diverso pelaje insisten en su control violento de las calles y en culminar su golpe de Estado según lo programado.

En Barcelona viven con angustia estos días tumultuosos, aun así muchos catalanes (la mayoría, con diferencia) que se sienten españoles también han iniciado su movilización en las calles. En los despachos de las altas esferas se dedican al diseño minucioso de una nueva estrategia comercial, que comienza por el cambio de sede social y fiscal. Empresas emblemáticas ya han oficializado su adiós a Cataluña. Bye Catalonia.

Todo lo que pasa es consecuencia directa del diabólico plan de Pujol de adueñarse del cuerpo y alma de los catalanes (y de los valencianos y baleáricos). Lo conoce todo el mundo, porque se publicó en 1990, 28 de octubre, a toda página en El Periódico de Cataluña. Lo denominaron ‘Programa 2000' y en aquel momento nadie pareció prestarle la menor atención. Ni en Madrid, donde los políticos mesetarios jamás han comprendido la gravedad del catalanismo político.

Adoctrinamiento contumaz, tanto da si es nazificación o catalanización: deja pocos resquicios a la libertad individual. Un control absoluto de la sociedad.

Por supuesto que afecta a Ibiza y a Baleares. Basta un mínimo seguimiento del socialista PSIB-PSOE (nacionalista antes que socialista), de Francina Armengol y por supuesto de los restos de ERC, que ahora esconden su nombre bajo el incontinente título de Més (más). De ecologistas y comunistas. Incluso untuosos personajes del PP se han rendido a la demagogia totalitaria del catalanismo. Los daños son severos.